Rabí Yehudá Leib HaLevi Ashlag (Baal HaSulam)
La libertad
«Tallado (Jarut) sobre las tablas de piedra».
No pronuncies «tallado» (Jarut), sino más bien «libertad» (Jerut).
Para indicar que ellos se liberaron del ángel de la muerte. (Midrash Shemot Rabá, 41)
Estas palabras tienen que ser clarificadas. ¿Cómo el asunto de recepción de la Torá está relacionado con la liberación del hombre de la muerte? Más aún, una vez que ellos lograron por medio de la recepción de la Torá, un cuerpo eterno, sobre el cual no rige la muerte, entonces, ¿cómo lo perdieron otra vez? ¿Puede lo eterno volverse ausente?
La libertad de la voluntad
Sin embargo, para entender el sublime concepto: «liberarse del ángel de la muerte», primero debemos entender el concepto de libertad tal como es entendido comúnmente por la humanidad.
Es una opinión extendida que la libertad es considerada una ley natural que concierne a todo lo que está vivo. Así, podemos ver que los animales que caen en cautiverio mueren cuando los privamos de su libertad. Y esto es un fiel testimonio de que la Providencia no acepta la esclavitud de ninguna criatura. No en vano, la humanidad ha estado luchando durante los últimos cientos de años hasta que alcanzaron ciertas medidas de libertad para el individuo.
Sin embargo, este concepto, expresado en la palabra «libertad», es muy difuso para nosotros. Y si profundizamos en la interioridad de esta palabra, no quedará casi nada de ella, ya que antes de que busques la libertad del individuo, debes suponer que cada individuo, por sí mismo, tiene esa cualidad llamada «libertad», es decir, que puede actuar según su elección de acuerdo a su libre voluntad.
Placer y sufrimiento
Sin embargo, si examinamos las acciones del individuo, encontraremos que son obligatorias. Y las hará contra su voluntad y no tiene ninguna posibilidad de elegir. Y él se parece en ese sentido a un guiso cocinándose sobre un fogón, que no tiene ninguna elección, y se ve obligado a cocinarse, pues la Providencia le ha puesto a la vida dos riendas, que son el placer y el sufrimiento. Y las criaturas vivas no tienen ninguna libertad de elección: elegir los sufrimientos o rechazar el placer. Y la ventaja que tiene el hombre sobre los animales es que el hombre puede mirar hacia una meta lejana. Es decir, puede aceptar cierta cantidad conocida de dolores en el presente a partir de su elección de un placer o un futuro beneficio que le llegará después de un tiempo.
Pero, la verdad es que aquí no hay más que un cálculo que es aparentemente comercial. Es decir, que aprecian el placer o el beneficio futuro. Porque son preferibles y ventajosos con respecto a la aflicción que padecen por los dolores que aceptaron soportar ahora. Aquí se trata de un asunto de simple resta, que restan el dolor y los sufrimientos del placer esperado, y les queda cierto excedente.
Así, solo el placer permanece. Y entonces, a veces pasa que se atormentan porque el placer recibido no es el excedente esperado en comparación con el sufrimiento padecido y, por lo tanto, se encuentran en déficit, como les sucede a los comerciantes.
Después de todo, en eso no hay diferencia entre el hombre y los animales. Y dado que este es el caso, no hay ninguna libre elección en absoluto de forma consciente, sino una fuerza que tira y los atrae hacia un placer pasajero que les aparece en distintas formas, y que los hace escapar de circunstancias dolorosas. Y con la fuerza de ambas, la Providencia los conduce a todos los lugares que Ella desee, sin preguntar su opinión en absoluto.
Asimismo, incluso la determinación del carácter del placer y el beneficio no es por la completa elección y libre voluntad del individuo, sino de acuerdo con la voluntad de otros, lo que ellos quieren y no él. Por ejemplo: yo tomo asiento, me visto, hablo, como. Hago todo esto no porque yo quiera sentarme así, vestirme así, hablar así, y comer de este modo. Sino, porque otros quieren que yo me sienta, me vista, hable y coma de este modo. Todo esto es de acuerdo a los deseos y gustos de la sociedad, y no es mi libre voluntad. Es más, en la mayoría de los casos, estas cosas las hago contra mi voluntad, ya que me es más cómodo comportarme de forma simple sin soportar ninguna carga. Pero estoy esclavizado en todos mis movimientos y encadenado con grilletes de hierro a los gustos y modales de los demás, que son la sociedad.
Si es así, díganme entonces: ¿dónde está la libertad de mi voluntad? Por otro lado, si suponemos que no hay libertad para el deseo, y cada uno de nosotros es una especie de máquina que funciona y produce por medio de fuerzas externas que la obligan a actuar de este modo. Por lo tanto, esto significa que cada uno está encarcelado en la prisión de la Providencia que, usando estas dos cadenas –el placer y el dolor–, tira de nosotros y nos empuja según Su voluntad adonde considere oportuno. Resulta entonces que no existe tal cosa como el egoísmo en el mundo, ya que nadie aquí es libre ni se sostiene por derecho propio. Yo no soy el dueño de mi acto ni soy el hacedor porque yo lo quiera hacer, sino porque soy operado forzosamente y sin mi conocimiento. Por lo tanto, la recompensa y el castigo desaparecen.
Esto es totalmente extraño no solo para los religiosos, quienes creen en Su Providencia y a pesar de todo eso pueden estar seguros y confiar en Él, y confían en que Él solo quiere lo mejor con esta conducta. Esto es aún más extraño para quienes creen en la naturaleza ya que, según lo anterior, estamos todos aprisionados por las cadenas de la naturaleza ciega, que no tiene conocimiento ni responsabilidad. Y nosotros, la especie elegida, con mente y raciocinio, ¿nos hemos vuelto un juguete en manos de la naturaleza ciega que nos lleva por mal camino, y quien sabe hacia dónde?
La ley de la causalidad
Es conveniente tomar un tiempo para comprender algo tan importante. Es decir, cómo existimos en el mundo como entidades con «egoísmo», que cada uno de nosotros se considera una entidad única que actúa de acuerdo con su propia razón, independiente de fuerzas externas, ajenas y desconocidas, y cómo esta entidad de egoísmo se nos revela.
Lo cierto es que hay una conexión general entre todos los elementos de la realidad ante nosotros, la cual se desarrolla y avanza siguiendo la ley de la causalidad por vía de causa y efecto, tanto en su conjunto general, en su totalidad, como en cada elemento por sí mismo. Es decir, que todas y cada una de las criaturas del mundo, pertenecientes a los cuatro tipos –inanimado, vegetal, animal y hablante–, se rigen por la ley de la causalidad por vía de causa y efecto. Y, además, cualquier forma particular, del comportamiento particular, a la que se aferre la criatura, durante el tiempo de su existencia en este mundo, viene provocada por factores ancestrales que la obligaron a aceptar este cambio en dicho comportamiento y, en ningún caso, es de otro modo. Y esto queda claro y es evidente para todo aquel que observe el comportamiento de la naturaleza desde un punto de vista puramente científico y sin caer en la tendenciosidad. Ciertamente, debemos analizar este asunto para posibilitarnos observarlo desde todos sus lados y sus puntos.
Los cuatro factores
Debes saber que todo surgimiento que ocurra a las criaturas del mundo, ha de ser entendida no como existencia a partir de la ausencia, sino como existencia a partir de la existencia. Es decir, a través de una esencia concreta, que se ha despojado de su antigua forma para tomar la actual.
Por lo tanto, debemos entender que, en cada formación que hay en el mundo, hay cuatro factores, a partir de los cuatro juntos surgió esa aparición. Y se denominan:
1. La base.
2. Las relaciones de causa-efecto correspondientes con el atributo de la base, por sí misma, las cuales permanecen inmutables.
3. Sus propias relaciones internas de causa-efecto que cambian como consecuencia del contacto con fuerzas externas.
4. Relaciones de causa-efecto de cosas ajenas que influyen desde el exterior.
Los aclararé uno por uno.
El primer factor: la base, la materia prima
El primer factor es «la base», es decir, la materia prima atribuida a ese ser. Porque «no hay nada nuevo bajo el sol» y cualquier nueva formación que ocurra en nuestro mundo, no es existencia a partir de la ausencia, sino más bien existencia a partir de la existencia. Es una entidad que se despojó de su forma anterior y adoptó una forma diferente de la anterior. Y esa misma entidad que se desprendió de su forma anterior es llamada con el nombre «base»; y ella contiene la fuerza destinada a ser revelada y establecida al final de la formación de esta nueva aparición. Por lo tanto, ciertamente se considera la causa principal de la misma.
El segundo factor: la causa y efecto propios
El segundo factor es una relación de causa-efecto que está relacionada con el propio atributo de la base, que es inmutable. Por ejemplo, la espiga de trigo que se pudrió en el suelo y pasó a un estado de semillas sembradas. Por lo tanto, ese estado de putrefacción es denominado «la base». En otras palabras, debemos entender que, la esencia del trigo se despojó de la forma anterior que tenía, es decir, la forma de trigo, y adoptó la forma de trigo putrefacto, es decir, la semilla, llamada «base», desprovista ahora de cualquier forma. Y ahora, después de pudrirse en la tierra, se volvió apta para adoptar una forma diferente, que es la forma de muchas espigas de trigo destinadas a brotar de esa base, que es la semilla.
Y como es sabido por todos, esta base no está destinada a vestirse en formas de cebada o avena, sino que igualará su antigua forma de la cual ahora se ha despojado, es decir, simplemente trigo. Y aunque puede variar hasta cierto punto, tanto en calidad como en cantidad, ya que en la antigua forma había solamente un grano de trigo y ahora hay diez, y también en sabor y aspecto, no obstante, la esencia de la forma de trigo permanece inalterada.
Por lo tanto, hay un orden de causa y efecto, correspondiente al propio atributo de la base que nunca cambia, ya que la cebada no crece a partir del trigo, como dijimos. Y esto es llamado el segundo factor.
El tercer factor: la causa y efecto internos
El tercer factor son las relaciones de causa-efecto internas de la base que cambian bajo la influencia del contacto y la colisión con fuerzas ajenas que actúan en su entorno. Esto significa que vemos que, a partir de una espiga de trigo que se pudre en la tierra, crecen muchas semillas a veces más grandes y mejores de lo que era el trigo antes de la siembra.
Por lo tanto, aquí debe haber implicados factores adicionales que participaron y se conectaron con la fuerza oculta en el entorno, es decir, «la base». Y debido a esto, aparecieron y salieron todas esas adiciones en calidad y cantidad que estaban completamente ausentes de la forma anterior de trigo. Y estos son los minerales y sustancias de la tierra, la lluvia y el sol. Todos estos actuaron sobre él aportando sus fuerzas y uniéndose a la fuerza oculta de la propia base que, por la relación de causa-efecto, propiciaron la multiplicación de la cantidad y la calidad en la formación antes mencionada.
Debemos entender que este tercer factor se conecta con las propiedades internas de la base, porque la fuerza inherente a la base controla estos factores. Al final, todos estos cambios pertenecen a la especie del trigo y no a otra especie. Por lo tanto, los definimos como factores internos. Sin embargo, a diferencia del segundo factor, que no cambia en ningún aspecto, el tercer factor sí que cambia, tanto la calidad como la cantidad.
El cuarto factor: la causa y efecto por fuerzas ajenas
Es una conducta de causa y efecto por factores ajenos que actúan sobre él desde fuera. Es decir, ellos no tienen una relación directa con el trigo, como los minerales, o la lluvia o el sol, sino que son factores ajenos a él, como vecinos cercanos o acontecimientos externos como el granizo, el viento, etc.
Y tú encuentras que esos cuatro factores se combinan en el trigo en todo su crecimiento. Cada situación particular a la que el trigo esté sujeto durante ese tiempo, estará condicionada por los cuatro. La calidad y la cantidad de cada estado están determinadas por ellos. Tal como hemos visto en el trigo, así es la regla en cada formación en el mundo, hasta en los pensamientos y las ideas.
Si, por ejemplo, nos imaginamos un cierto estado conceptual en un individuo, como un estado de una persona que sea religiosa, o no religiosa, o un ortodoxo extremo, o no tan extremo, o a medias, entenderemos que aquel estado es determinado en el hombre por los cuatro susodichos factores.
Las propiedades hereditarias
El primer factor es la base, que es su primera sustancia. Porque el hombre fue creado como existencia a partir de la existencia, es decir, de las mentes de sus antepasados. Resulta que, por lo tanto, hasta cierto punto, esto se parece a una réplica de libro a libro, es decir, que prácticamente todas las cosas que fueron aceptadas y logradas en los antepasados son copiadas en él también.
Pero la diferencia es que están en una forma abstracta. Como el trigo sembrado, que no es apto para la siembra hasta que se haya podrido y haya sido despojado de su antigua forma. Es el mismo caso con la gota de semen de la que nace el hombre, no hay nada en ella de las formas de sus antepasados, sino solo fuerzas ocultas.
Porque las mismas ideas que eran conceptos en sus antepasados se han convertido en meras tendencias en él, llamadas rasgos o hábitos, sin que él sepa siquiera por qué hace lo que hace. Estas son fuerzas ocultas que él ha heredado de sus antepasados, de modo que no solo las posesiones materiales se heredan de nuestros antepasados, sino que, también, las posesiones espirituales y todas las nociones a las que se dedicaron nuestros padres, también nos llegan como herencia, de generación en generación.
Y a partir de esto se revelan y emergen distintas tendencias como las que encontramos en la gente, como la tendencia a creer, o a criticar, la tendencia a conformarnos con la vida material, o el anhelo por la plenitud moral o espiritual, el despreciar una vida sin exigencias, la tacañería, la complacencia, la insolencia o la timidez.
Todas estas imágenes, que aparecen en las personas, no son de su propiedad, que ellos las han adquirido, sino una simple herencia que les ha sido dada por sus antepasados. Es sabido que hay en la mente del hombre un lugar especial donde residen estas tendencias. Es llamado cerebro alargado, o subconsciente, y todas las tendencias aparecen ahí.
Pero dado que, los conceptos de nuestros antepasados, adquiridos por sus experiencias, se han convertido en meras tendencias en nosotros. Por lo tanto, son considerados como el trigo sembrado, que se desprendió de su antigua forma y quedó desnudo, quedando solo con fuerzas potenciales aptas para adoptar formas nuevas. En nuestro caso, estas tendencias adoptan las formas de ideas y que, por lo tanto, se consideran la primera sustancia, y esto es el factor primario, llamado base. Ahí residen todas las fuerzas de las inclinaciones especiales que él ha heredado de sus antepasados, y que se definen como «herencia de sus ancestros».
Ten en cuenta que algunas de estas tendencias vienen en una forma negativa, es decir, lo contrario de lo que había en sus antepasados. Por eso se dice: «Todo lo que está oculto en el corazón del padre se revela abiertamente en el hijo».
La razón de esto es que «la base» se desprende de su antigua forma para tomar una nueva. Por lo tanto, está cerca de negar las formas de los conceptos de sus antepasados, como el trigo que se pudre en la tierra se despoja de la forma en que existió antes. Sin embargo, todo depende de los otros tres factores que antes mencioné.
La influencia del entorno
El segundo factor es una conducta directa de «causa y efecto», relacionada con el propio atributo de la base, que no cambia. Es decir, como hemos aclarado con el trigo que se pudre dentro de la tierra, el entorno en el cual la base reposa –el suelo, los minerales, la lluvia, el aire y el sol– afecta a la siembra mediante una larga cadena de causa y efecto en un proceso largo y gradual, estado tras estado, hasta que maduran. La base vuelve a tomar su antigua forma, es decir, la forma de trigo, pero en una calidad y cantidad diferente. Su aspecto general permanece completamente inalterado, por lo tanto, ni avena ni centeno nacerán de él. Pero en su aspecto particular, cambia en cantidad, es decir, de una espiga de trigo, salen diez o veinte espigas, y en calidad, ya que puede ser mejores o peores que la antigua forma del trigo.
Es lo mismo en este caso, aquel hombre, como una «base», es colocado en el entorno, es decir, en la sociedad. Y está necesariamente sujeto a la influencia de ella, como el trigo con su entorno, porque la base es solo una forma en bruto. Así, debido al contacto y la interacción constante con el entorno y la sociedad, él está sujeto a su influencia gradual mediante una cadena de estados que se suceden, uno tras uno, en forma de causa y efecto.
En ese momento, las tendencias incluidas en su base se invierten y toman la forma de conceptos. Si, por ejemplo, uno heredó de sus antepasados la tendencia a la tacañería, cuando crece, construye para sí mismo conceptos e ideas que lo llevan a la decidida conclusión de que es bueno ser tacaño. Así, aunque su padre fuera generoso, él puede heredar de él la tendencia negativa, la de la tacañería, porque lo ausente es tan hereditario como lo presente.
O si uno hereda de sus antepasados una tendencia a ser de mente abierta, construye ideas y extrae de ellas la conclusión de que es bueno tener una mente abierta. Pero, ¿de dónde saca estos postulados y razonamientos? Todo esto lo toma inconscientemente del entorno, porque ellos le transmiten sus opiniones y sus gustos en un proceso gradual de causa y efecto.
Esto se hace para que el hombre los considere como algo propio, ya que el hombre los ha adquirido libremente con su pensamiento. Pero aquí, como con el trigo, está la parte inmutable de la base ya que, al fin y al cabo, las tendencias que heredó permanecen tal como estaban en sus antepasados. Esto es lo que se llama «el segundo factor».
El hábito se convierte en una segunda naturaleza
El tercer factor es una conducta directa de causa y efecto que le sucede a la base y la transforma. Dado que las tendencias heredadas en el hombre se han vuelto conceptos debido al entorno, ellos actúan en las mismas direcciones que estos conceptos determinan. Por ejemplo, un hombre tacaño por naturaleza que, por medio de la influencia del entorno, esta tendencia se ha convertido en un concepto, entiende la tacañería de acuerdo con alguna definición racional.
Digamos que él, con este comportamiento, se defiende para no necesitar a otros. Resulta que él ha logrado una medida con respecto a la tacañería que puede abandonarla cuando ya no tenga ese miedo. Resulta que ha cambiado para mejor la tendencia que heredó de sus antepasados. A veces, logra erradicar completamente una mala tendencia en él. Esto se debe al hábito, que su fuerza es suficiente para convertirse en una segunda naturaleza.
En esto, la fuerza del hombre supera a la de una planta. Porque el trigo no puede cambiar excepto en una parte particular, como mencionamos anteriormente, a diferencia del hombre, quien puede cambiar mediante la fuerza de la causa y efecto del entorno, incluso en las partes generales, es decir, cambiar una tendencia por completo y extirparla en su raíz, convirtiéndola en lo contrario.
Factores externos
El cuarto factor es una conducta de causa y efecto que actúa sobre la base, provocada por fuerzas que son completamente ajenas a ella y operan sobre ella desde afuera. Esto significa que estos factores no tienen nada que ver con esa conducta de crecimiento de la base para influir en ella directamente, sino que la influyen de forma indirecta. Por ejemplo, la economía, las preocupaciones, o los vientos, etc., que, a su vez, tienen su propio orden completo, gradual y lento, de estados de «causa y efecto», que provocan cambios en los conceptos del hombre para bien o para mal.
De este modo, he establecido cuatro factores naturales y todo pensamiento e idea que venga a nuestra mente es solo fruto de ellos. E incluso si uno se sienta y estudia el día entero, no podrá agregar ni cambiar lo que le dan esos cuatro factores. Todo lo que pueda añadir será cuantitativo, ya sea una mente grande o pequeña. Pero en calidad no podrá agregar ni un ápice, porque son ellos los que determinan el carácter y la forma de la mente, y la inevitable conclusión, sin preguntar nuestra opinión. Así pues, estamos en manos de estos cuatro factores, como la arcilla en las manos de un alfarero.
La libertad de elección
Sin embargo, cuando examinamos estos cuatro factores, vemos que, a pesar de que nuestras fuerzas son débiles como para enfrentarnos al primer factor, que es «la base», sin embargo, tenemos la capacidad y la libertad de elección para protegernos de los otros tres factores, por medio de los cuales la base cambia en lo particular y, a veces, también en lo general, es decir, a través del hábito, adquiere una segunda naturaleza, como explicamos anteriormente.
El entorno como factor
Esa protección significa que siempre podemos añadir en lo referente a la elección de nuestro entorno, que son los amigos, los libros, los maestros, etc. Es como alguien que heredó de su padre unos tallos de trigo. Él puede convertir esta pequeña cantidad de tallos en muchas docenas gracias a la elección del entorno para su «base», que es el suelo fértil, con todos los minerales necesarios y materias primas que nutran el trigo en abundancia por completo. Del mismo modo en el trabajo, han de mejorarse las condiciones ambientales para que se correspondan con las necesidades y el crecimiento de la planta, por lo que el sabio hará bien al escoger las mejores condiciones y encontrará bendición para su trabajo, y el necio tomará todo lo que le llegue, y así la siembra se convertirá para él en una maldición y no en una bendición.
Por lo tanto, toda su alabanza y su espíritu dependen de la elección del entorno en el cual sembrar el trigo. Pero una vez sembrado en el lugar seleccionado, su forma absoluta ya estará determinada, según la medida que este entorno sea capaz de proporcionar.
Lo mismo ocurre con el tema que nos ocupa, porque realmente la voluntad no tiene ninguna libertad, sino que está sujeta a los cuatro factores mencionados. Y se ve obligada a pensar y examinar como ellos sugieren, sin ninguna potestad para criticar o cambiar nada, como el trigo que ya fue sembrado en su entorno.
Sin embargo, hay libertad de la voluntad para elegir inicialmente un entorno así, con libros y guías, que le transmitan buenos conceptos. Pero si no hace esto y está dispuesto a entrar en cualquier entorno y leer cualquier libro que caiga en sus manos, ciertamente caerá en un mal entorno, o a desperdiciar su tiempo con libros inútiles, que son abundantes y más accesibles para él. En consecuencia, cae bajo la influencia de malos conceptos que lo hacen pecar y condenar. Y ciertamente será castigado, no por sus malos pensamientos y acciones, sobre los cuales no tiene ninguna elección, sino porque no eligió estar en un buen entorno, porque en eso, ciertamente, hay elección.
Por lo tanto, quien continuamente se esfuerza en su vida, y elige cada vez un mejor entorno es digno de alabanza y recompensa. Y aquí también, no debido a sus buenas acciones o pensamientos, que le llegan necesariamente, sin haberlos elegido, sino debido a su esfuerzo por adquirir un entorno bueno, que lo lleve a estos buenos pensamientos y acciones. Como dijo Rabí Yehoshua Ben Perajia: «Hazte un Rav y cómprate un amigo».
El deber de elegir un buen entorno
De lo dicho entenderás las palabras de Rabí Yosi Ben Kisma (Avot 86), que respondió a una persona que le ofreció vivir en otra ciudad y ser pagado por ello miles de monedas de oro. Le contestó Rabí Yosi Ben Kisma: «Incluso si me dieras todo el oro, toda la plata y todas las piedras preciosas y perlas del mundo, solamente viviría en un lugar de Torá». Estas palabras resultan inconcebibles para nuestra simple comprensión, porque ¿cómo pudo renunciar a miles de monedas de oro por una cosa tan pequeña, que no quería vivir en una ciudad donde no había ningún seguidor de la Torá, mientras que él mismo era una autoridad y un gran sabio que no necesita aprender de nadie? Esto es realmente asombroso.
Pero, como hemos explicado, esto es una cosa simple que debería ser cumplida por cada uno de nosotros. Porque, aunque cada uno tenga «su propia base», de todos modos, las fuerzas solo se revelan de hecho, mediante el entorno en que uno se encuentra. Es como el trigo sembrado en la tierra, cuyas fuerzas solo se hacen, se revelan de hecho, gracias a su entorno, esto es, el suelo, la lluvia y la luz solar. Por lo tanto, Rabí Yosi Ben Kisma evaluó correctamente que, si él dejaba su buen entorno, que había escogido y caía en un entorno malo y dañino, es decir, en una ciudad sin Torá, no solo sus ideas pasadas se deteriorarían, sino que todas las demás fuerzas ocultas en su base que aún no había podido revelar en la práctica, permanecerían ocultas. Porque ya no tendrían el entorno adecuado capaz de activarlas y que pasen de potencial a concretarse de hecho. Y como explicamos anteriormente, solamente la elección del entorno por parte del hombre es lo que nos da la medida del dominio que tiene sobre sí mismo, lo cual lo hace digno de recompensa o castigo.
Por lo tanto, no hay que asombrarse que un sabio como Rabí Yosi Ben Kisma escogiera el bien y rechazara el mal, y no haberse tentado por cosas materiales y posesiones, como concluye allí: «En la hora de su muerte, la persona no se lleva consigo oro, plata, piedras preciosas ni perlas, sino solo Torá y buenas acciones». Y por eso nuestros sabios advirtieron: «Hazte un Rav y cómprate un amigo», y lo mismo es aplicable a la elección de libros, como es sabido.
Porque solo en esto puede el hombre ser alabado o condenado, es decir, en la elección del entorno. Ahora bien, una vez que elige el entorno, queda en sus manos, como la arcilla en manos del alfarero.
El control de la mente sobre el cuerpo
Algunos sabios modernos, de los externos, después de haber considerado el asunto antes mencionado, y habiendo visto cómo la mente del hombre no es más que un fruto que crece a raíz de los acontecimientos de vida, llegaron a la conclusión de que la mente no tiene ningún control sobre el cuerpo. Más bien, solo los acontecimientos de la vida, impresos en los tendones físicos del cerebro, controlan y activan al hombre. La mente del hombre es como un espejo que refleja las formas frente a él. Y aunque el espejo es el portador de estas formas, no puede activar ni mover las formas reflejadas en él.
Así es la mente. Aunque los acontecimientos de vida, en todas sus circunstancias de causa y efecto, son visibles y reconocidos por la mente, sin embargo, la mente es completamente incapaz de controlar el cuerpo, ponerlo en movimiento, es decir, acercarlo a algo benéfico bien o alejarlo de algo perjudicial, porque lo espiritual y lo material están absolutamente alejados uno de otro. Y no hay ningún instrumento intermedio entre ellos que permita a la mente activar y operar sobre el cuerpo físico, tal como lo han descrito en profundidad.
Pero, precisamente donde hay agudeza mental, también hay disrupción. Porque la imaginación del hombre usa la mente tal como el microscopio es útil al ojo. Sin el microscopio no lograríamos ver cosas dañinas debido a su reducido tamaño. Pero una vez que vemos lo dañino por el microscopio, entonces el hombre se distancia de dicho elemento nocivo.
Resulta que es el microscopio lo que lleva al hombre a la acción de distanciarse del daño y no su sentido, ya que su sentido no detectó lo dañino. Y en esa medida, la mente controla totalmente el cuerpo del hombre, alejándolo del mal y acercándolo al bien. Es decir, dondequiera que el atributo del cuerpo es débil en reconocer lo beneficioso o lo dañino, es necesario el conocimiento de la mente.
Es más, dado que el hombre sabe que su mente es una conclusión confiable de las experiencias de vida, puede recibir el conocimiento y el entendimiento de una persona de confianza y aceptarlo como una ley, aunque los acontecimientos de su vida aún no hayan sido los suficientes como para revelarle tal conocimiento. Es como una persona que pide consejo a un médico y que acepta y obedece a su consejo aun cuando él no entienda nada con su propia mente. Por lo tanto, emplea la mente de otros, y se asiste de ellos, no menos que su propia mente.
Como hemos aclarado antes, los caminos de la Providencia tienen dos formas de asegurarse que el hombre llegue a esa meta final y buena. Y son:
-
El camino del sufrimiento.
-
El camino de la Torá.
Toda la claridad que mencionamos, que se encuentra en el camino de la Torá se deriva de esto. Porque estos claros conceptos que fueron revelados y reconocidos después de una larga cadena de acontecimientos en las vidas de los profetas y los siervos del Creador, el hombre los toma y los utiliza en su totalidad, y se beneficia de ellos como si estos conceptos vinieran de los acontecimientos de su propia vida. Entonces, puedes ver cómo uno se libra de todas las amargas pruebas que debe atravesar hasta poder desarrollar dentro de sí, una mente lúcida. De ese modo, se ahorra tiempo y se libra de los sufrimientos.
Esto puede compararse a un hombre enfermo que no quiere escuchar las indicaciones del médico sin antes entender él mismo cómo esos consejos van a curarlo y, por consiguiente, él mismo comienza a estudiar medicina. Pero podría morir de su enfermedad antes de llegar a aprender la sabiduría de la medicina.
Así es el camino del sufrimiento en comparación con el camino de la Torá. Porque aquel que no cree en las nociones que la Torá y las profecías le aconsejan aceptar sin su propio entendimiento, debe llegar a estas nociones por sí solo. Es decir, solamente través de seguir la cadena de causa y efecto de los acontecimientos de la vida, que son experiencias muy aceleradoras y pueden desarrollar un sentido de reconocimiento de mal en ellos, como hemos visto, sin su elección, sino a través de sus esfuerzos por adquirir un buen entorno que conduzca a estos pensamientos y acciones.
La libertad del individuo
Y ahora llegamos también a una comprensión profunda y exacta de la libertad del individuo. Sin embargo, esto tiene que ver solamente con el primer factor, «la base», que es la sustancia primigenia en cada hombre, es decir, todas las tendencias que heredamos de nuestros padres y antepasados, y que hacen que una persona difiera de otra.
Al fin y al cabo, verás que, aunque miles de personas compartan el mismo entorno, por el hecho de que los otros tres factores también actúan todos sobre ellas de forma equivalente, no podrás encontrar entre ellos a dos personas que compartan el mismo atributo. Esto se debe a que cada una de ellas tiene su propia base especial, solo de acuerdo a sí mismo. Y es como la base del trigo que, aunque cambie mucho debido a los tres últimos factores, aun así, conservará la forma originaria del trigo y nunca adoptará la forma de otra especie.
La forma general de los progenitores no se pierde
También es cierto que cada «base» que se haya desprendido de la forma ancestral de los progenitores y haya adoptado una forma nueva como consecuencia de los tres factores que le fueron agregados –y estos la cambian considerablemente– con todo esto, no perderá la forma general de los progenitores y nunca adoptará la forma de otra persona que se parezca a él, del mismo modo que la avena nunca se parecerá al trigo. Después de todo, cada base tiene su propia cadena larga de generaciones, conteniendo varias centenas de generaciones, y esta base incluye los conceptos de todas ellas. Pero en él no aparecen en la misma forma que aparecieron en sus antepasados, es decir, en forma de ideas, sino que solo existen como formas abstractas. Por lo tanto, están presentes en él solamente en forma de fuerzas simples denominadas «tendencias naturales» o «instintos», sin que él conozca su causa para entender por qué él actúa del modo en que actúa. Por consiguiente, nunca puede haber dos personas en el mundo con la misma cualidad.
La obligación de conservar la libertad del individuo
Debes saber que este es el verdadero patrimonio del individuo, el cual está prohibido dañar ni cambiar. Porque el fin de todas estas tendencias contenidas en la base es impresionarse y tomar la forma de conceptos para cuando ese individuo crezca y madure, como fue explicado con anterioridad. Y por la fuerza de la ley del desarrollo, que controla toda esa cadena y siempre la empuja hacia adelante, tal como se explica en el artículo «La paz». Asimismo, vemos que finalmente, cada una de las tendencias se convertirá en conceptos muy sublimes, de una importancia inconmensurable.
Resulta que todo aquel que destruya cualquier tendencia del individuo y la erradique de él, provoca la desaparición de esa encumbrada y maravillosa idea del mundo, que en el futuro debería surgir al final de la cadena. Porque esa tendencia nunca volverá a repetirse en ningún otro cuerpo que no sea ese.
Y aquí deberíamos entender que, cuando cierta tendencia particular cambia tomando la forma de un concepto, este ya no puede ser distinguido como bueno o malo. Porque tales distinciones solo existen cuando todavía son tendencias o conceptos que no maduraron, y de ninguna manera serán reconocibles cuando han tomado la forma de conceptos verdaderos. Y esto se aclarará en su totalidad en los próximos artículos y con todas las explicaciones y justificaciones.
De lo anterior, podemos comprender la gran destrucción que llevan a cabo aquellas naciones que establecen su dominio sobre las minorías quitándoles su libertad y no permitiéndoles continuar viviendo según sus tendencias, las cuales heredaron de sus antepasados. Porque son consideradas asesinas de almas. Incluso aquellos que no creen en la religión y en la providencia con propósito, podrán entender el deber de preservar la libertad del individuo, al observar los sistemas de la naturaleza.
Pues nuestros ojos ven como todos los pueblos que fueron cayendo y se destruyeron de generación en generación, fue solo debido a la opresión que impusieron a las minorías e individuos, quienes, en consecuencia, se rebelaron contra ellos y los destruyeron. Por lo tanto, queda claro que no se puede establecer la paz en el mundo si no tenemos en cuenta la libertad del individuo. Sin ella, no habrá paz y la destrucción prevalecerá.
Así, hemos definido claramente, con absoluta precisión, la esencia del individuo, después de quitarle todo lo que le llegó de la sociedad. Pero ahora la pregunta es: Finalmente, ¿dónde está el individuo mismo? Porque todo lo que hemos dicho hasta ahora sobre el individuo se entiende solo como su patrimonio, es decir, la herencia legada de sus antepasados. Pero, ¿dónde está el individuo mismo? Es decir, ¿dónde está el heredero y portador de ese patrimonio que nos exige que protejamos su propiedad? De hecho, de todo lo que ha sido explicado hasta ahora, todavía no hemos encontrado el punto del «yo» en el hombre, que se encuentre frente a nosotros como una unidad independiente. Asimismo, ¿qué me aporta el primer factor, que es una cadena larga de miles de personas que se suceden de generación en generación, por medio de lo cual definimos la imagen del individuo como heredero? Y ¿para qué necesito los otros tres factores, es decir, miles de personas que se encuentran juntas en una misma generación? Finalmente, cada persona es considerada solo como la figura de una máquina pública que siempre está lista para ser utilizada por el público, según la voluntad de este. Es decir, que se convierte en un subordinado a dos tipos de público. Desde la perspectiva del primer factor, se convierte en subordinado a un gran público de generaciones pasadas, que se encontraban una tras otra. Y desde la perspectiva de los otros tres factores, se convierte en subordinado al público de los que se encuentran con él en la misma generación.
Esto es, por cierto, una cuestión universal. Por eso, hay muchos que se oponen al método natural anterior, aunque conocen bien su validez. No obstante, en su lugar, eligen métodos metafísicos, o el dualismo o el trascendentalismo. Imaginándose cierta entidad espiritual que se asienta en la interioridad del cuerpo como alma del hombre. Esta alma lo hace inteligente y activa el cuerpo etc., es la esencia del hombre y su «yo».
Quizás todas esas explicaciones puedan apaciguar la mente, pero el problema está en que no tienen ninguna solución científica, en cuanto a, cómo es posible que una entidad espiritual pueda tener cualquier tipo de contacto con átomos materiales del cuerpo, de modo que pueda causarle un movimiento. Y toda su sabiduría y profundización no les ayudó a encontrar aquí un puente suficiente, con el que atravesar ese amplio y profundo abismo que se encuentra entre la entidad espiritual y el átomo corporal. Y, por lo tanto, la ciencia no ha ganado nada con todos estos métodos metafísicos.
El deseo de recibir: la existencia a partir de la ausencia
Y para dar un paso hacia adelante de manera científica ¡necesitamos solo de la sabiduría de la Cabalá! Al fin y al cabo, todas las sabidurías del mundo están incluidas en la Sabiduría de la Cabalá. Hemos explicado, en el tema de «las Luces y vasijas espirituales» (en el comentario Panim Masbirot sobre El Árbol de la Vida, sección 1), que la principal novedad, en relación a la creación, creada por el Creador como existencia a partir de la ausencia, solo rige sobre un asunto, definido bajo el nombre «deseo de recibir». Todo lo demás, contenido en toda la creación no es ninguna innovación, pues no son existencia a partir de la ausencia, sino existencia a partir de la existencia, es decir, que se extienden de forma directa desde Su esencia misma, como la luz que se extiende del sol. Aquí tampoco hay nada nuevo, ya que lo contenido en la esencia del sol se propaga y sale hacia fuera.
Sin embargo, el deseo de recibir mencionado, es una novedad absoluta, porque, antes de la creación, tal cosa no existía en la realidad, ya que Él no contiene de ninguna manera el deseo de recibir, pues Él lo precede a todo. Entonces, ¿de quién podría recibir? Por lo tanto, este deseo de recibir, que Él generó como existencia a partir de la ausencia, es una novedad absoluta. Así, todo lo demás no se considera una novedad que pueda ser llamada «creación». Por lo tanto, todas las vasijas y todos los cuerpos, tanto en los mundos espirituales como en los mundos materiales, son considerados sustancia espiritual o material, cuya naturaleza es «querer recibir».
Dos fuerzas en el deseo de recibir: la fuerza de atracción y la fuerza de repulsión
Y es necesario que puedas discernir que, en esa fuerza llamada «deseo de recibir», distinguimos dos fuerzas llamadas:
1. «Fuerza de atracción»
2. «Fuerza de repulsión»
La razón es que cada cuerpo, o Kli, definido como deseo de recibir, se encuentra limitado, en otras palabras, cuánto puede recibir y qué calidad puede recibir. Por lo tanto, toda la cantidad y la calidad que está fuera de sus límites, parecen ir contra su naturaleza, y por eso él los rechaza. Bajo esta definición de «deseo de recibir», aunque sea comprendido como solo una fuerza de atracción, de todos modos, necesariamente, se ve obligado a convertirse en una fuerza de repulsión también. Y comprende bien esto.
Una sola ley para todos los mundos
Aunque la sabiduría de la Cabalá no menciona nada sobre nuestro mundo material, sin embargo, para todos los mundos hay una sola ley (como se indica en el artículo «La esencia de la Sabiduría de la Cabalá», sección La ley de raíces y ramas). Y, por lo tanto, todas las entidades materiales de nuestro mundo, es decir, todo lo que se encuentra dentro de este espacio, sea cual fuera, inerte, vegetal, animal, objeto espiritual u objeto material, si queremos discernir el aspecto propio y único de cada uno de ellos, por medio del cual se distingue de otros, incluso en la más pequeña de las partículas, no es más que «deseo de recibir». Esa es toda su forma particular, desde el punto de vista de la creación renovada, que la limita, tanto en cantidad como en calidad. Y, por eso, es que hay en ella una fuerza de atracción y una fuerza de repulsión.
Pero todo el resto que hay en ella, además de estas dos fuerzas, se considera como abundancia de Su esencia. Esta abundancia es equivalente para todas las criaturas y no hay ninguna novedad en ella, en relación a la creación, ya que procede como existencia a partir de la existencia. Y esto no puede atribuirse a ninguna unidad individual, sino solo a las cosas que son comunes a todas las partes de la creación, tanto pequeñas como grandes. Ya que cada uno recibe de esa abundancia según el límite de su deseo de recibir, y ese límite define a cada individuo y unidad.
De este modo he probado, desde una perspectiva puramente científica, el «yo» (ego) de cada individuo, por medio de un método científico a prueba de toda crítica, incluso, según el método de los fanáticos materialistas autómatas. De ahora en adelante, no necesitaremos aquellos métodos defectuosos, impregnados de metafísica. Y por supuesto, no hay diferencia si esta fuerza del deseo de recibir es fruto y resultado de la materia que le dio origen, a través de la química o si la materia es fruto y resultado de esa fuerza. Esto es porque sabemos que el asunto principal es que solo esta fuerza, impresa en cada criatura y átomo del «deseo de recibir», dentro de sus límites, la cual es la unidad por medio de la cual se separa y se distingue por sí mismo del resto de los miembros de su entorno. Y esto se cumple tanto en un átomo individual como en un grupo de átomos llamado cuerpo. Todas las demás propiedades que tienen un excedente de esta fuerza no se relacionan de ningún modo con esa partícula o grupo de partículas, en relación a su individualidad, sino, solamente de forma general, que es la abundancia que les llega del Creador, la cual es un asunto en común para todas las partes de creación, en su conjunto, sin distinción de cuerpos creados específicos.
Ahora, entenderemos el asunto de la libertad del individuo según la definición del primer factor, al cual denominamos «base», donde todas las generaciones anteriores, es decir, los antepasados de ese individuo, dejaron impresa su naturaleza. Y, como hemos esclarecido, el principal significado de lo que se entiende de la palabra «individuo» no es sino los límites del deseo de recibir impreso en ese grupo de partículas que él contiene.
Ahora puedes ver que todas las tendencias que él heredó de sus antepasados son, en realidad, nada más que los límites del deseo de recibir, ya sea, en relación con la fuerza de atracción que hay en él, o en relación con la fuerza de repulsión en él, que aparecen ante nosotros en forma de tendencias a la generosidad o a la tacañería, en forma de tendencia a la sociabilidad o a ser un ermitaño. Por eso, ellas realmente son su «yo» (el ego), que lucha constantemente por su derecho de existir. De este modo, si erradicásemos cualquier tendencia de ese individuo, seremos considerados como quien amputa un órgano viviente de su esencia. Y eso también se consideraría una verdadera pérdida para toda la creación, porque no hay ni habrá otra tendencia como esa en el mundo entero.
Después de haber aclarado en profundidad el legítimo derecho a la libertad del individuo conforme a las leyes naturales, volvamos y veamos, en la medida de lo posible, cómo ponerlo en práctica sin entrar en conflicto con la doctrina de la ética y la doctrina de la diplomacia. Y lo más importante: cómo es puesto en práctica este derecho de acuerdo con nuestra sagrada Torá.
Seguir a la mayoría
Nuestras escrituras dicen: «Seguir a la mayoría». Esto significa que, siempre que haya un desacuerdo entre el individuo y la mayoría, estamos obligados a resolverlo según el deseo de la mayoría. Así, queda claro que la mayoría tiene derecho a quitarle la libertad al individuo.
Sin embargo, aquí nos enfrentamos a otra pregunta todavía más seria, porque esta ley hace retroceder a la humanidad en vez de hacerla avanzar. Esto es así porque, dado que la mayoría de la humanidad está aún subdesarrollada y los desarrollados siempre son una pequeña minoría, si siempre se resuelve de acuerdo con la voluntad de la mayoría, que son subdesarrollados e imprudentes, resulta que la opinión y deseos de los sabios y desarrollados de la sociedad, que siempre son la minoría, nunca serán escuchados ni tenidos en cuenta. Y, de ese modo estás condenando a la humanidad a la involución, ya que no será capaz de avanzar ni un solo paso.
No obstante, como se explica en el ensayo «La paz», en el apartado «La obligación de tener precaución con las leyes de naturaleza», puesto que la Providencia nos ordenó llevar una vida social, estamos obligados a cumplir todas las leyes relativas a la subsistencia de la sociedad. Y si las descuidamos –incluso levemente– la naturaleza se tomará venganza de nosotros, como es su costumbre, sin importar si entendemos las razones de estas leyes o no.
Y vemos que no hay ningún otro mecanismo que nos permita vivir dentro de la sociedad salvo la ley de «seguir la mayoría», que resuelve cualquier conflicto y perjuicio en la sociedad. Así, esta ley es el único instrumento que le da a la sociedad el derecho a existir. Y por eso se considera uno de los preceptos naturales de la Providencia, y debemos aceptarlo y cumplirlo con toda la atención, independientemente de nuestro entendimiento. Esto es similar al resto de preceptos (Mitzvot) de la Torá: todos ellos son leyes de la naturaleza y de la Providencia del Creador, que nos son dados y llegan a nosotros desde arriba hacia abajo. Y ya he explicado (en «La esencia de la sabiduría de la Cabalá», apartado La ley de raíz y rama) cómo toda la realidad que vemos en las conductas de la naturaleza en este mundo, es solo porque se extienden y se forman a partir de leyes y conductas de mundos espirituales superiores.
Ahora, puedes entender que las Mitzvot de la Torá son solo leyes y conductas establecidas en los mundos superiores, que son las raíces de todas las conductas de la naturaleza en este mundo. Y, por lo tanto, las leyes de la Torá siempre se corresponden con las leyes de la naturaleza de este mundo, como dos gotas de agua. Así, hemos demostrado que la ley de «seguir a la mayoría», es la ley de la Providencia y de la naturaleza.
El camino de la Torá y el camino del sufrimiento
Con todo esto, aún cuestionamos el asunto del retroceso que se deriva de esta ley, y todavía no queda resuelta con estas palabras.
Y esta es realmente nuestra preocupación: encontrar formas de corregir esto. No obstante, la Providencia, por su parte, no pierde nada a raíz de esto, ya que ha circundado por completo a la humanidad en dos formas: «el camino de la Torá» y «el camino del sufrimiento». De tal modo que, garantiza el desarrollo de la humanidad y su constante progreso hacia la meta, inexorablemente (como está escrito en el artículo «La paz» en la Mishná todo es dado en fianza). Pero, cumplir con esta ley es una obligación natural y necesaria.
El derecho de la mayoría a expropiar la libertad del individuo
Sin embargo, debemos cuestionarnos más cosas. Porque el asunto se justifica solo cuando la cuestión sucede entre personas. Que entonces, se acepta la ley de «seguir a la mayoría», a partir de la obligación que nos impone la Providencia, que nos ordena cuidar del bienestar y la felicidad de los amigos. Pero la Torá nos obligó a cumplir la ley de «seguir a la mayoría» también en asuntos que son disputas entre el hombre y el Creador, aunque estos parezcan no tener nada que concierne ni pertenezca a la subsistencia de la sociedad.
Por lo tanto, la pregunta sigue en pie: ¿Cómo justificar esa ley que nos obliga a aceptar las opiniones de la mayoría –la cual, como dijimos, no está desarrollada– y rechazar y anular las opiniones de los desarrollados, que son en todos lados solo una pequeña minoría?
No obstante, como demostramos en el segundo ensayo («La esencia de la religión y su propósito», apartado Desarrollo consciente y desarrollo inconsciente), que toda la Torá y las Mitzvot se entregaron solamente para purificar a Israel, es decir, desarrollar en nosotros el sentido de reconocimiento del mal, que está impreso en nosotros desde el nacimiento, y que generalmente se define en nosotros como nuestro amor propio, y llegar al bien limpio y puro, definido como «amor al prójimo», que es la única y especial transición hacia el amor por el Creador. Por consiguiente, las Mitzvot entre el hombre y el Creador son consideradas herramientas capacitadas, que alejan al hombre del amor propio, el cual daña la sociedad.
Resulta obvio que también la disputa en los asuntos de los preceptos entre el hombre y el Creador, están relacionados con el problema del derecho a existir de la sociedad. Por ende, ellos también entran en el marco de «seguir a la mayoría».
Ahora podemos entender el hecho de diferenciar entre la Halajá (Ley Judía) y la Hagadá (leyendas). Porque, solo en las Halajot (plural de Halajá) es aplicable la ley: «el individuo y mayoría, Halajá como la mayoría». Y esto no es así en la Hagadá, porque lo que se describe en la Hagadá está por encima de todo lo concerniente a la existencia de la vida en sociedad, ya que hablan
precisamente sobre la conducta de las personas en la interacción entre el hombre y el Creador, en esa parte que no tiene relación directa ni consecuencias sobre la existencia y la felicidad material de la sociedad.
Y, por lo tanto, la mayoría no tiene ningún derecho ni justificación de anular la opinión del individuo, y «cada hombre que haga lo que le parezca correcto ante sus ojos». Pero en lo referente a las Halajot, que se refieren a la observancia de los preceptos de la Torá, todos ellos entran bajo la supervisión de la existencia de la sociedad, donde no puede haber ningún otro orden excepto la ley de «seguir a la mayoría».
Para la vida en sociedad la ley es «seguir a la mayoría»
Ahora, hemos llegado a un entendimiento claro de la ley de la libertad del individuo. Porque de verdad existe una gran pregunta: ¿de dónde la mayoría toma el derecho de quitarle la libertad al individuo?, negándole la cosa más preciada de su vida, esto es, la libertad. Aparentemente, esto sería solo la fuerza bruta.
Sin embargo, como claramente hemos explicado antes, esta es una ley natural y el decreto de la Providencia. Y, dado que la Providencia nos obliga a todos a llevar una vida social, resulta naturalmente que cada individuo está obligado a garantizar la existencia y el bienestar de la sociedad. Y, esto no puede existir, salvo mediante la imposición del orden de «seguir a la mayoría», sin tener en cuenta la opinión del individuo.
Y, ahora, claramente ves que este es el origen de cada derecho y justificación, que tiene la mayoría, para quitar la libertad al individuo, contra su voluntad, subordinándolo bajo su autoridad. Por lo tanto, se entiende que en todos los asuntos que no conciernen a la existencia de la vida material de la sociedad, no hay derecho ni justificación para que la mayoría le robe y le quite la libertad al individuo en modo alguno. Y si lo hacen, son considerados atracadores y ladrones que prefieren la fuerza bruta a cualquier derecho y justicia del mundo, porque aquí no es aplicable la obligación del individuo por parte de la Providencia, de obedecer la voluntad de la mayoría.
Para la vida espiritual la ley es «seguir al individuo»
Resulta que, en relación a la vida espiritual, no hay ninguna obligación del individuo, por parte de la naturaleza, que se someta en modo alguno a la sociedad. Al contrario, existe una obligación natural que rige sobre la mayoría, que es la de someterse y subyugarse a la autoridad del individuo. Y esto fue aclarado en el artículo «La paz», que hay dos caminos con los que la Providencia nos ató y rodeó para llevarnos a la meta final. Estos son:
1. El camino del sufrimiento, que nos lleva a ese desarrollo inconscientemente.
2. El camino de la Torá y sabiduría, que nos lleva a ese desarrollo de manera consciente, sin ningún sufrimiento ni coacción.
Y dado que, el más desarrollado en la generación es indudablemente el individuo, resulta que, cuando la mayoría quiere librarse de los terribles sufrimientos y asumir el desarrollo por su propia voluntad y consciencia, que es el camino de la Torá, entonces, necesitan y se ven obligados a subyugarse a sí mismos y su libertad física, bajo la disciplina de este individuo, y obedecer las órdenes y remedios que les proponga.
Así, ves que en materia espiritual el derecho de la mayoría es revocada y se vuelve una obligación, y se aplica la ley de «seguir al individuo», es decir, el individuo desarrollado. Después de todo, es fácil ver para toda persona, que los desarrollados y los sabios son siempre una pequeña minoría en toda sociedad. Por lo tanto, resulta que todo el éxito y el bienestar espiritual de la sociedad queda atada y sellada en manos de una minoría. Y entiende esto bien.
Por lo tanto, la mayoría está obligada a custodiar, meticulosamente, a todas las opiniones de esos individuos para que no desaparezcan del mundo, pues la mayoría deben saber con absoluta certeza, que las opiniones más desarrolladas y verdaderas, nunca están en manos de la mayoría que gobierna, sino en manos de los más débiles, es decir, en manos de una minoría imperceptible. Esto es debido a que, toda sabiduría y todo lo que es precioso aparece en el mundo en pequeñas cantidades. Por lo tanto, se nos ha advertido que protejamos las opiniones de todos los individuos, dada la escasa capacidad de la mayoría gobernante para discernir entre ellas.
La crítica como causa del éxito - la falta de crítica como causa de la decadencia
A lo dicho anteriormente, debemos agregar: ¡que la realidad ofrece a nuestros ojos una oposición extrema entre los asuntos corporales y las opiniones e ideas respecto al tema que estamos tratando! Porque el asunto de la unión de la sociedad, que debería ser fuente de toda la felicidad y todo éxito, tiene lugar, específicamente, solo entre los cuerpos y los asuntos corporales de las personas. Y la separación entre ellos es la fuente de todas las calamidades y desgracias.
Sin embargo, lo que ocurre con las opiniones e ideas es lo diametralmente opuesto, porque la unión y la falta de crítica son consideradas la fuente de todos los fracasos, y el mayor obstáculo para cualquier avance y actividad intelectual fructífera. Al fin y al cabo, sacar conclusiones bien logradas dependerá, especificamente, de la multiplicidad de desacuerdos y divisiones que surgen y se revelan entre las opiniones. Cuanto mayor sea la oposición, la contradicción y la magnitud de la fuerza de crítica, más se incrementará el conocimiento y la comprensión, y los asuntos se vuelven mucho más aptos de examinar y aclarar. Y todo el fracaso y la decadencia de la comprensión proviene solo de la escasa crítica y la escasa discordia en sus asuntos.
Por lo tanto, resulta obvio que toda la base para el éxito material es la medida de unión de la sociedad, y la base para el éxito intelectual y de las opiniones es la separación y la discordia entre ellos.
De ahí se deduce que, cuando la humanidad llegue a su meta, en relación al éxito corporal, es decir, al alcanzar un nivel de amor completo por el prójimo, donde todos los cuerpos del mundo se unirán en un solo cuerpo y un solo corazón, como está escrito en el artículo «La paz». Solo entonces, se revelará en plenitud toda la felicidad que aguarda a la humanidad. Pero, en contraste con esto, debemos procurar que las opiniones de las personas no se acerquen demasiado como para que desaparezcan los desacuerdos y críticas entre los sabios y estudiosos, porque el amor corporal conlleva en su naturaleza la cercanía de las opiniones. Y si la crítica y el desacuerdo se anularan, se anularía todo progreso en opiniones e ideas, y, obviamente, la fuente del conocimiento en el mundo acabaría secándose.
Por consiguiente, esto es una demostración absoluta, de la obligación de cuidar la libertad del individuo, en cuanto a opiniones e ideas, porque todo el desarrollo de la sabiduría y el conocimiento se basa en esta libertad del individuo. Por lo tanto, se nos advierte que debemos protegerla con mucho cuidado, de modo que todas las formas dentro de nosotros, a las cuales llamamos «individuo», que es la fuerza particular del hombre como individuo, llamada generalmente con el nombre «deseo de recibir».
El legado de los ancestros
También, todos los detalles de las imágenes que este «deseo de recibir» incluye, al que hemos definido como «la base», o el primer factor, cuyo significado incluye todas aquellas tendencias y hábitos heredados de sus antepasados, que nos aparecen como una larga cadena de miles de personas que una vez estuvieron vivos y se colocan una bajo la otra, y donde cada uno de ellos es una gota de la esencia de sus progenitores. Y en esa gota, que cada uno recibe, se encuentra el todo legado espiritual de sus progenitores, depositado en el cerebro alargado, llamado subconsciente. Así, el individuo que se encuentra ante nosotros tiene en su subconsciente todos los miles de legados espirituales de todos los individuos representados en esa cadena, que son sus progenitores y antepasados.
Y, por lo tanto, así como los rostros de todas las personas difieren entre sí, también sus opiniones difieren entre sí. Y no hay dos personas en el mundo cuyas opiniones sean idénticas, porque cada una tiene una posesión grande y sublime, que hereda de sus miles de antepasados, mientras que los otros no tienen ni un ápice de esto.
Por consiguiente, todas esas posesiones son consideradas propiedad del individuo, y se le advierte a la sociedad que proteja sus gustos y su espíritu, para que no se difumine debido a su entorno, sino que cada individuo conserve la totalidad de su herencia. Entonces, la contradicción y la contraposición entre ellos permanecerán existiendo siempre, para garantizarnos para siempre la crítica y el avance de la sabiduría, que es toda la ventaja que tiene la humanidad y todos sus verdaderos deseos eternos.
Después de haber llegado a un cierto reconocimiento del egoísmo del hombre, al que hemos definido como fuerza y «deseo de recibir», que es el punto esencial del ser vivo sin coberturas, también hemos aclarado, en todos sus límites, la medida de la posesión original de cada cuerpo individual, la cual hemos definido en el concepto «el legado de los ancestros». Esto significa que todo el potencial de las tendencias y las cualidades que le han llegado como herencia dentro de su «base», que es la sustancia primigenia de cada hombre, es decir, una gota de la simiente de sus progenitores.
Ahora, se nos abre la oportunidad de entender las palabras de nuestros sabios cuando dijeron que, gracias a la recepción de la Torá, se liberaron del ángel de la muerte. Sin embargo, aún necesitamos entender mejor qué es el egoísmo y el legado de los ancestros mencionados anteriormente.
Dos estados: 1) En «potencial». 2) En «práctica»
Primero, debemos entender que este egoísmo, el cual definimos como la fuerza del «deseo de recibir», aunque es toda la principal esencia del hombre, no puede existir en la realidad concreta ni siquiera por un instante.
(Esto es así, porque se sabe que hay un estado en potencial y otro estado en la práctica. Y lo que llamamos «en potencial» está en el pensamiento, es decir, antes de que pase de potencial a la práctica, solo se determina en el pensamiento).
Porque, esto que denominamos «potencial», es decir, antes de que se revele de potencial a la práctica, solo existe en el pensamiento, es decir, que solo se puede determinar en el pensamiento.
No obstante, de hecho, no puede haber ninguna fuerza concreta y real en el mundo que esté en reposo e inactiva. Esto se debe a que esta fuerza no existe en la realidad, salvo en el momento y en la medida que se manifiesta en una acción. De igual manera, uno no puede decir acerca de un bebé que tiene una gran fuerza cuando no es capaz de levantar ni un peso ligero. Sin embargo, se puede decir que podemos reconocer en ese bebé, que cuando crezca, se revelará en él una gran fuerza.
De todos modos, decimos que la misma fuerza y heroísmo que encontramos en un hombre una vez que ha crecido, también estaba presente en los órganos y cuerpo del bebé, también, cuando era pequeño. Pero esta fuerza estaba oculta en él y no estaba revelada de hecho.
Asimismo, es verdad que en nuestro pensamiento era posible determinar esto (a las fuerzas que serían reveladas en el futuro), porque así lo obliga la mente. Sin embargo, concretamente en la realidad del cuerpo del bebé, ciertamente, no hay ninguna fuerza heroica, ya que ninguna fuerza se manifiesta en las acciones del bebé. Así ocurre también con el apetito. Esta fuerza no se manifestará en la realidad concreta del cuerpo de un individuo, cuando los órganos no puedan comer, es decir, cuando se sienta saciado.
Pero, incluso, cuando está saciado, la fuerza del apetito está presente, aunque de forma oculta dentro del cuerpo del hombre. Después, luego de la digestión, vuelve a aparecer y pasa de potencial a la práctica.
Sin embargo, esta ley (discernimiento de una fuerza que aún no ha sido revelada en la práctica), hace referencia a las conductas por medio de las cuales el pensamiento razona. Por eso, no existe en la realidad concreta, porque, cuando estamos saciados, sentimos claramente que la fuerza de apetito ha desaparecido por completo. Y si la buscas, no la encontrarás.
Resulta que no es posible presentar ante nuestros ojos una fuerza como si fuera un sujeto, que está parado, y reposa, y que existe por sí mismo, sino solo como un predicado. Es decir, en el momento en que una acción ocurre en la realidad es cuando la «fuerza» se manifiesta dentro de la acción.
Así, en el proceso de razonamiento, hay necesariamente dos cosas: un sujeto y un predicado, es decir, potencial y en la práctica, como la fuerza del apetito, que es el sujeto, y la imagen figurada del plato a comer, que es el predicado y la acción. Sin embargo, en la realidad, vienen como una sola cosa. No es posible que la fuerza del apetito se revele en el hombre, sin que se forme en su mente la imagen del plato que quiere comer. Por lo tanto, ambas son dos mitades de la misma cosa, pues la fuerza del apetito debe revestirse con esa imagen del plato a comer. Porque no hay ninguna manifestación, salvo por medio de revestirse en esa imagen. Debes comprender bien, que el sujeto y el predicado, aparecen aquí como dos mitades de una sola cosa, cuya existencia la manifiestan simultáneamente y se ausentan simultáneamente.
Y de ahí se desprende que este «deseo de recibir», que presentamos como egoísmo, no significa que sí exista en una persona en forma de fuerza de anhelo que desea recibir como un predicado pasivo, sino que esto más bien hace referencia al sujeto, es decir, se viste en la imagen de los objetos que considera que debe recibir, como la fuerza del apetito, que se viste en la imagen de algo digno de ser comido. Y su acción se revela en la imagen de la forma de lo que se come y en la cual se viste. A esta acción la denominamos «deseo», es decir, la fuerza del apetito revelada en la acción de la imaginación.
Exactamente así ocurre en el tema que nos ocupa, el deseo de recibir general, el cual constituye la propia esencia del hombre. Se manifiesta y existe, solamente, al vestirse dentro de las formas de los objetos que pueden ser recibidos, ya que, entonces, existe como sujeto y no de otro modo. A esta acción la llamamos «vida», es decir, «la vitalidad del hombre», cuyo significado es que la fuerza del «deseo de recibir» se viste y actúa dentro de los objetos que desea recibir. Y la medida en que se manifiesta esta acción es la medida de su vitalidad, como hemos explicado en la acción que llamamos «deseo».
Dos creaciones: 1) el hombre 2) un alma viva
De lo explicado, podemos entender con claridad el verso: «Y el Creador formó al hombre del polvo de la tierra, insufló en su nariz el aliento de vida, y el hombre se convirtió en un Néfesh Jayá (alma viva)» (Génesis 2,7). Aquí encontramos dos creaciones:
1. El hombre por sí solo
2. El alma viva por sí sola
El versículo nos dice que, al principio, el hombre fue creado como polvo de la tierra, en otras palabras, un determinado número de partículas que contiene la esencia del hombre, es decir, su «deseo de recibir». Esa fuerza del deseo de recibir, está presente en todas las partículas de la realidad, como hemos explicado anteriormente, y de ellas nacieron todos los cuatro tipos:
-
Inerte
-
Vegetal
-
Animal
-
Hablante
En esto, el hombre no tiene ninguna ventaja sobre las otras partes de la creación, como dice el versículo: «El polvo de la tierra».
Sin embargo, hemos visto que esta fuerza, llamada deseo de recibir, no puede existir sin vestirse y actuar en objetos deseados para recibir, y esta acción es llamada «vida». Y de esto resulta que, antes de que al hombre llegaran las formas humanas de recepción de placer, las cuales difieren de las formas de otras criaturas, se le considera una persona privada de vida, muerta. Esto es, porque su deseo de recibir no tiene ningún lugar en el que vestirse y revelar sus acciones, que son manifestaciones de vida.
Por eso está escrito «E insufló en su nariz el aliento de vida», que es la forma general de recepción acorde con el género humano. Y la palabra hebrea Nishmat (el aliento de) proviene de la palabra Samin (colocan) para él la tierra. (Y el origen de la palabra «aliento» se entiende con el versículo: «El espíritu de Dios me hizo y el aliento del Todopoderoso me dio vida» (Job: 33, 4) y mira el comentario MALBIM, acerca de este versículo). La palabra «alma» (Neshamá) tiene la misma estructura sintáctica que las palabras «ausente» (Nifkad), «acusado» (Ne’esham) y «acusada» (Ne’eshama).
Y el significado de las palabras «E insufló en su nariz» es que Él insertó un alma (Neshamá) en su interior y reconocimiento de la vida, que es la suma total de las formas que son dignas de recepción en su deseo de recibir. Entonces, esa fuerza del deseo de recibir, que estaba contenida en sus partículas, encontró un lugar en el que vestirse y operar, es decir, en las mismas formas de recepción que obtuvo del Creador. Y esa acción es llamada «vida», como hemos explicado.
El versículo termina con las palabras «Y el hombre se convirtió en un alma viva». Es decir, desde el momento en que el deseo de recibir comenzó a actuar según las cualidades de esas formas de recepción, la vida se reveló inmediatamente en él y «se convirtió en un alma viva». Sin embargo, antes de alcanzar las formas de recepción, aunque la fuerza del deseo de recibir ya estaba contenida en él, aún se lo considera un cuerpo muerto, sin vida, porque no hay ningún lugar allí donde pueda manifestarse y revelarse en acción.
Y como hemos visto antes, aunque la esencia del hombre es solamente el deseo de recibir, aun así, solo se considera como la mitad del asunto, porque debe vestirse en la realidad que se le presente. Por eso, él y la imagen de la posesión que se imagina son juntos una misma cosa, ya que, de otro modo, no tendría derecho a existir ni siquiera un momento. Por lo tanto, cuando la máquina del cuerpo está en su culmen, es decir, llega a la edad madura, el ego de la persona alcanza toda su envergadura, la cual le fue impresa en su nacimiento. Y por eso, la persona siente dentro de sí una medida grande e intensa del deseo de recibir, es decir, quiere obtener mucha riqueza, un gran honor y todo lo que se le presente ante sus ojos. Esto es debido a la plenitud del ego en la persona, que atrae las formas de estructuras e ideas con las que se viste y gracias a las cuales existe. Pero una vez que ha transcurrido la mitad de su vida, comienza el tiempo del declive. Este, en esencia, son los días de su muerte. Porque una persona no muere en un instante, del mismo modo que tampoco recibe la vida en un instante, sino que más bien su vela –su ego– se va debilitando y muriendo poco a poco, y con ello se debilitan las imágenes de las posesiones que desea recibir. Pues ahora comienza a renunciar a muchas de las posesiones con las que soñó en su juventud, y gradualmente va renunciando a grandes adquisiciones a medida que avanza su declive. Al final, en su vejez, cuando la sombra de la muerte ya se cierne sobre todo su ser, la persona entra en la etapa de «absolutamente ningún deseo». Esto es porque su deseo de recibir, es decir, su ego, se apaga hasta desaparecer. Y lo único que queda de él es una pequeña chispa, invisible para los ojos, es decir, que no está revestida de ninguna adquisición. Por lo tanto, en ese tiempo, no hay deseo ni esperanza por ninguna imagen de recepción.
Y así hemos comprobado que el deseo de recibir, junto con la imagen del objeto que se espera recibir, son realmente una sola cosa. Pues su manifestación es la misma, su envergadura es la misma, y su longevidad es la misma. Sin embargo, hay una diferencia significativa en la manera de renunciar durante el declive de la vida. Esa renuncia no es producto de la saciedad, como cuando uno está lleno y renuncia a la comida, sino que es producto de la desesperación. En otras palabras, cuando el ego comienza a morir durante el declive y siente su propia debilidad y la proximidad de la muerte, la persona se va desesperando y renuncia a los sueños y esperanzas de su juventud. Observa atentamente la diferencia con una rendición por saciedad, la cual no causa ningún sufrimiento y no puede llamarse «muerte parcial», sino que es como un obrero que finalizó su trabajo. Y ciertamente, la renuncia a causa de la desesperación está llena de dolor y sufrimiento y, por lo tanto, puede ser llamada «muerte parcial». Comprende esto a fondo.
La liberación del ángel de la muerte
Y ahora, después de todo lo explicado, tenemos la oportunidad de entender en su verdadero significado las palabras de nuestros sabios cuando dijeron: «Tallado (Jarut) sobre las tablas de piedra». No lean «tallado» (Jarut), sino «libertad» (Jerut), ya que ellos fueron liberados del ángel de la muerte. De hecho, en los artículos «La entrega de la Torá (Matán Torá)» y «La garantía mutua» (HaArvut), explicamos que antes de la entrega de la Torá, ellos habían aceptado abolir toda propiedad privada en la medida expresada por las palabras «un reino de sacerdotes» (Mamléjet Cohanim) y la meta de toda la creación, es decir, adherirse a Él en equivalencia de forma con Él. Así como el Creador es otorgante y no recibe, también ellos serán otorgantes y no receptores. Este es el grado último de adhesión, expresada en las palabras una «nación sagrada», como se indica al final del artículo «La garantía mutua» (HaArvut).
Y te he hecho consciente de que la esencia del hombre, es decir, su «egoísmo», definido como deseo de recibir, es solo la mitad del asunto, y solamente puede existir cuando se viste con la imagen de una adquisición o con la esperanza de una adquisición. Solo entonces el asunto llega a su completitud y puede ser llamado «la esencia del hombre» y no otra cosa. Resulta que cuando los hijos de Israel fueron recompensados con la adhesión completa en esa ocasión santa, sus vasijas de recepción fueron completamente vaciadas de toda posesión mundana y se adhirieron al Creador en igualdad de forma. Esto significa que no tenían ningún deseo de poseer nada para sí mismos, sino solo en la medida en que pudieran otorgar contento, para que su Hacedor se deleitara con ellos. Y dado que su deseo de recibir se vistió con la imagen de esa adquisición, de hecho, se revistió de ella y se unió a ella en una sola esencia completa. Por lo tanto, indudablemente, ellos quedaron libres del ángel de la muerte, ya que la muerte es necesariamente la ausencia y la negación de la existencia de algo. Esto es posible solamente si hay una chispa que quiera existir para su propia posesión, puede decirse que esa chispa no existe, ya que se volvió ausente y muerta.
Ahora bien, si no existe tal chispa en el hombre, sino que todas las chispas de su esencia se revisten en otorgar contento a su Hacedor, entonces no se volverá ausente ni muerto. Porque incluso cuando el cuerpo se anula, es anulado solamente en relación a recibir para sí mismo, en lo cual se reviste el deseo de recibir, sin el cual no tiene derecho a existir. Sin embargo, cuando alcanza el propósito de la creación y el Creador recibe contento de él, ya que hizo Su voluntad, resulta que la esencia del hombre es revestida de esta alegría del Creador y es recompensado con la inmortalidad absoluta, como Él. Y, por lo tanto, es recompensado con liberarse del ángel de la muerte. Este es el significado de lo que dice el Midrash: «Liberarse del ángel de la muerte». Y en la Mishná: «Jarut (tallado) sobre las tablas de piedra; no debe leerse Jarut, sino Jerut (libertad), porque ningún hombre es libre a menos que se dedique al estudio de la Torá».