Baruj Shalom HaLevi Ashlag (Rabash)
Jueces y guardias
Artículo 34, 1986
Las escrituras dicen: «Colocarás para ti jueces y guardias en todas tus puertas que el Señor tu Dios te ha dado». Y para entender lo anterior de acuerdo a la regla que la Torá es la eternidad y es practicada a lo largo de todas las generaciones, debemos interpretar también el versículo anterior en nuestra generación. Y por esta razón, cada palabra requiere su propia explicación:
1) ¿Qué son «jueces»?;
2) ¿Qué son «guardias»?;
3) «Colocarás para ti» está en singular. Esto significa que cada persona debe colocar jueces y guardias. ¿Acaso es posible que cada persona debe hacerlo?;
4) «En todas tus puertas». Debemos entender de qué modo «puertas» está relacionado con nuestra generación. Y además ¿qué implica «en todas tus puertas»? Significa que en cuanto hay una puerta, debemos inmediatamente colocar jueces y guardias ahí;
5) Concretamente, ¿qué denota cuando dice «que el Señor tu Dios te ha dado»? ¿Qué implica? ¿Acaso hay alguien más aparte del Creador que esté dando al pueblo de Israel?
Para comprender lo anterior, debemos mencionar lo que dijimos en los artículos anteriores: 1) El propósito de la creación desde la perspectiva del Creador;
2) El propósito de nuestro trabajo cuando observamos la Torá y Mitzvot (preceptos), es decir, a qué grado debemos llegar por medio del remedio de la observancia de la Torá y Mitzvot.
Se sabe que el propósito de la creación es hacer el bien a Sus creaciones, es decir, que reciban de Él las criaturas el deleite y placer según Su habilidad, sin ninguna restricción. No obstante, dado que Él quería que Sus acciones fueran perfectas, es decir, que no hubiera pan de la vergüenza, hubo un Tzimtzum (restricción) y ocultamiento. Esto significa que no hay revelación de la luz en los Kelim (vasijas) que trabajan con la intención de recibir. Solamente una vez que el Kli (vasija) llamado «deseo de recibir» se haya corregido para trabajar con la intención de otorgar, entonces; de acuerdo con su capacidad para aspirar a otorgar, en esa medida, aparece la abundancia. Antes de esto, ven la forma opuesta a la revelación: solo sienten ocultamiento.
De esto se deduce que aquí, solamente después de que tuviera lugar el Tzimtzum, comienza el trabajo de los inferiores. El objetivo debería ser que todos nuestros pensamientos y acciones sean solo con una intención con el fin de otorgar.
Sin embargo, esto hace que surja la pregunta: «¿cómo puede existir tal cosa?». Es decir, dado que el hombre nace como un asno salvaje, ¿de dónde obtendrá la fuerza para salir de la naturaleza con la que fue creado?
Y para este propósito se nos dio el trabajo de observar la Torá y Mitzvot. Es decir, el hombre, al observar la Torá y Mitzvot, debe aspirar a que esto le traiga la fuerza para aceptar cambiar todas sus pasiones y ambiciones de modo que solamente giren en torno a cómo y con qué puede otorgar contento a su Hacedor.
Antes de que el hombre comenzara el trabajo de otorgamiento pensaba que este asunto de observar la Torá y Mitzvot le traería éxitos y bendiciones para poder deleitar a su cuerpo, es decir, que al observar la Torá y Mitzvot el cuerpo obtendrá este mundo y el mundo por venir. Sobre esta base se construiría un fundamento para sí mismo, para que esa base sea la razón que le obligue a observar Torá y Mitzvot con todos sus detalles, y tener así la fuerza para superar la pereza de su cuerpo y prevalecer para alcanzar la recompensa.
Es como aquellos que trabajan en el mundo material para ganarse la vida. El cuerpo también se resiste a trabajar en la corporalidad ya que preferiría descansar. Pero el pago material que ve, y que es para beneficio del cuerpo, le da la fuerza para prevalecer. Del mismo modo, cuando la recompensa por el trabajo es una recompensa para el cuerpo, tiene la fuerza de sobreponerse a todos los obstáculos en su camino. Dado que la recompensa que espera es solo para sus propias necesidades, el cuerpo no se opone.
Es decir, aunque el cuerpo disfruta del descanso, cuando se le dice «Deja el placer por tu descanso y tendrás otro placer, de tal modo que este placer que obtendrás mediante el trabajo será mayor que el descanso, o que el placer que recibirás al renunciar al descanso es más necesario que el placer que hallas en el descanso, porque mediante estos placeres podrás seguir existiendo en el mundo o de lo contrario no podrás existir». Sobre todas estas cuestiones el cuerpo tiene la fuerza para sobreponerse y renunciar a pequeños placeres a fin de obtener una recompensa mayor que su trabajo. Es decir, la remuneración compensa por esas concesiones que le pide al cuerpo que haga para llegar a ser más feliz de lo que es ahora, antes de renunciar a los placeres.
Pero cuando al cuerpo se le dice «Trabaja en otorgamiento», es decir, que al observar la Torá y Mitzvot será recompensado con deleitar al Creador, en otras palabras, que a la persona se le dice «Renuncia a tu amor propio», ¿cuál será la recompensa? Que el Creador disfrutará del trabajo de observar la Torá y Mitzvot. En ese momento, el cuerpo de inmediato interroga con el argumento de «quién» y «qué». Es decir, «¿Qué ganaré con que el Creador disfrute de mi trabajo? ¿Y cómo se puede trabajar sin recompensa?». Este es el argumento de «Quién», que no desea trabajar. El cuerpo dice: «Estoy dispuesto a trabajar como todo el mundo, pero no bajo esas condiciones. Es decir, si renuncio a mi amor propio y hago todo para que el Creador disfrute ¿cuál será mi ganancia en este trabajo?».
Cuando uno se sobrepone a todos los argumentos del cuerpo y piensa que ya tiene la fuerza de superar la naturaleza del cuerpo, es decir, que ahora siente que ya puede concentrar sus pensamientos para que solo sean con el fin de otorgar, de pronto el cuerpo llega con nuevas quejas: «Está bien que quieras trabajar para el Creador en vez de como todos los demás trabajan, para recibir una recompensa. Sin embargo, sería bueno que, dado que ya te has esforzado durante un tiempo, recibieras fuerza desde arriba para poder recorrer el camino del otorgamiento. Pero ya ves que te has esforzado mucho y no has avanzado nada. Así que puedes ver por ti mismo que no puedes recorrer este camino. Estás desperdiciando energía, esforzándote en vano. Sal de este camino, huye de la batalla».
Si el hombre consigue superar todos esos argumentos del cuerpo, este viene y le revela nuevas cosas para las que él no tiene respuesta. Con todo esto pretende desconectarlo del trabajo. El cuerpo le dice: «Se sabe que cuando una persona empieza a estudiar una ciencia, avanza cada vez más. Si tiene talento, progresa más rápido; si tiene menos talento, avanza más despacio. Y cuando la persona ve que no avanza en absoluto en esa ciencia, se le dice: “Esta ciencia no es para ti. Tú necesitas aprender una profesión. No eres apto para aprender ciencias”. Vemos que esto es lo habitual y razonable».
Pero aquí el cuerpo argumenta: «Ves que después de todos los esfuerzos que has invertido en el trabajo de otorgamiento, no has avanzado ni un paso, sino al contrario». Es decir, antes de que comenzara el trabajo de otorgamiento no estaba tan inmerso en el amor propio. Pero ahora que ha hecho esfuerzos para sobreponerse al amor propio, ha recibido un deseo mayor y se siente más inmerso en el amor propio.
Resulta que aquí, en este trabajo, vemos que retrocedemos en vez de avanzar. El hombre ve esto claramente y de hecho puede sentirlo. Es decir, previamente, antes de empezar a sobreponerse al amor propio, pensaba que era bastante fácil renunciar al amor propio para ser recompensado con la espiritualidad. Siempre pensaba: «¿Cómo puedo encontrar un camino que pueda recorrer y con el cual pueda obtener un poco de espiritualidad?». Sin embargo, nunca pensó que tendría que preocuparse por cómo salir del amor propio, pues esto es algo sobre lo que no conviene pensar. Más bien al contrario, todas las preocupaciones eran sobre cómo encontrar el camino correcto que lleve a entrar en el palacio del Rey y ser merecedor del propósito para el que el hombre fue creado.
Pero ahora ha llegado a un estado que nunca se había imaginado, esto es, que el amor propio es un bloque interpuesto que entorpece el alcanzar la verdad. Siempre pensó que estaría dispuesto a sacrificarse para alcanzar la verdad, pero ahora ve que ha retrocedido diez grados, es decir, que es incapaz de hacer concesiones en su amor propio por el bien de la Kedushá (Santidad).
Cuando el cuerpo llega a él con tales argumentos, «sucumbe ante esa carga». En ese momento llega a un estado de desesperación y desidia, y quiere huir de la batalla. Ya que ahora ve que todos los argumentos del cuerpo son ciertos.
Pero la verdad es tal como hemos dicho tantas veces. Como dijo Baal HaSulam, hay un asunto de avanzar hacia la verdad. Es decir, antes de comenzar el trabajo del otorgamiento, el hombre se encuentra lejos de la verdad, es decir, lejos de sentir la medida de su mal. Pero más adelante, cuando se ha esforzado por superar el amor propio, avanza hacia la verdad. Es decir, ve cada vez más cuán inmerso está en el mal: de la cabeza a los pies.
Sin embargo, debemos comprender por qué necesitamos todo esto. En otras palabras, por qué antes de que empezara el trabajo del otorgamiento no tenía una sensación del mal tan grande, sino que solo cuando ha empezado a esforzarse para sobreponerse, el mal ha se ha vuelto más perceptible para él. ¿Por qué no se reveló de inmediato todo lo que iba a revelarse después sino que apareció por fases, poco a poco?
El asunto es que el orden para sobreponerse es un orden gradual. Es como aquel que levanta pesas. Comienza, digamos, levantando 50 kilogramos. Y gradualmente va agregando, porque gracias al ejercicio puede ir añadiendo. Ocurre lo mismo en el servicio al Creador y por eso no se nos da un gran gusto por el amor propio al principio, porque probablemente no podría sobreponerse. Sino que cada vez se le agrega gusto por el amor propio, de acuerdo con el valor de su trabajo. Es decir, en la medida que se ve que es capaz de sobreponerse, se le agrega el gusto por el amor propio, para que pueda sobreponerse. Con esto comprenderemos lo que dijeron nuestros sabios (Sucá 52): «Aquel que es más grande que su amigo, su propia inclinación es más grande que él».
Esto trae una pregunta: «¿Por qué sucede así?». Según lo mencionado más arriba es sencillo. Este es también el orden en la corporalidad: avanzamos de lo más ligero a lo más pesado. Por lo tanto, antes de empezar a trabajar en el otorgamiento, no se le da a la persona un gran amor propio el cual sea incapaz de superar ya que aún no comenzó el trabajo de superación. Y por ende, no siente un gran gusto en el amor propio.
Pero cuando comienza a sobreponerse, se le da un placer más grande e importancia del amor propio para que tenga algo que superar. Cuando supera una cierta cantidad de amor propio, se le da otra cantidad aún mayor de importancia del amor propio. De este modo, se acostumbra gradualmente a superar placeres para lograr decir que todo lo que recibe es solo con la intención de otorgar.
Resulta que el amor propio se vuelve cada vez más difícil de superar porque cada vez le dan al deseo de recibir más importancia y de ese modo puede tener un lugar donde trabajar la superación. Sin embargo, debemos comprender por qué desde arriba deben darnos más importancia y placer para que nos resulte difícil de superar. Al respecto de superar la corporalidad, sería mucho mejor si no se nos diera esa gran importancia, sino que la importancia que sentimos por el amor propio al inicio de nuestro trabajo fuera la suficiente para superar la corporalidad y poder empezar de inmediato el trabajo espiritual. Pero ¿por qué debo hacer gratuitamente este trabajo de superar el amor propio en los asuntos corpóreos? Pese a que cada vez tenemos más que superar ¿por qué hay que trabajar en el amor propio, el cual hace referencia a la corporalidad?
No obstante, es una gran corrección. Se sabe que los numerosos placeres que sentimos en los placeres corpóreos solo son una «delgada luz» comparada con lo que hay en los placeres espirituales. Resulta, por lo tanto, que incluso después de que uno ha pasado la prueba de superar los placeres corpóreos –que solo se pueden recibir con el fin de otorgar– esta prueba únicamente es válida para los pequeños placeres que uno puede superar y no recibir si no puede hacerlo con el fin de otorgar. Pero no ocurre así con los grandes placeres; y al hombre no se le pueden dar placeres espirituales que no podría evitar tomar con el fin de recibir.
Por lo tanto, primero debe pasar por el trabajo en placeres corpóreos. Y ahí, le serán dados placeres cada vez mayores que cuando comenzó el trabajo. Antes de comenzar el trabajo podía saborear el gusto del placer tal como se suele dar en los placeres corpóreos. Pero aquel que ya ha comenzado el trabajo del otorgamiento y quiere ser recompensado con la espiritualidad, se le da más gusto por la corporalidad que de costumbre. Esto sucede deliberadamente, para que se habitúe a placeres mayores que los que existen en los placeres corpóreos. Es una preparación para estar inmunizado en el trabajo de superar los grandes placeres que uno encuentra en la espiritualidad.
Ahora podemos ver que a aquellos que quieren trabajar en el trabajo sagrado se les dan adiciones. Es decir, se les da un gusto adicional por el amor propio. Esto no es así con las personas que no tienen interés en recorrer el camino del otorgamiento. Es como dijeron nuestros sabios: «Aquel que es más grande que su amigo, su propia inclinación es más grande que él»”. Esto es así para acostumbrarlos al trabajo de superación ya que, para los múltiples placeres que se encuentran en la espiritualidad, no bastará con su superación habitual de los placeres corpóreos porque el placer está en ellos como una constante, al mismo tiempo que se les da cada vez más importancia, para que puedan acostumbrarse a la superación cada vez más.
Ahora podemos entender lo que hemos preguntado acerca del versículo que dice: «Colocarás para ti jueces y guardias en todas tus puertas». ¿En qué medida es relevante colocar jueces y guardias en nuestros días? No obstante, cuando una persona quiere empezar en el trabajo del Creador debemos hacer dos discernimientos: 1) Potencial. Es decir, primero él hace un plan para sí mismo de lo que debería y no debería hacer, esto es, un escrutinio del bien y del mal. Hacer esto potencialmente se llama «juez», aquel que dice lo que debe hacerse; 2) Después, debemos ejecutar lo que era potencial. La ejecución se llama «guardia».
Puesto que los asuntos del trabajo no son una cuestión puntual de un solo día, sino que cada día uno debe esforzarse en el trabajo, de ahí que el texto use la forma plural: «jueces y guardias».
Cuando afirma «Colocarás para ti», en singular, viene a decirnos que este trabajo pertenece a todos y cada uno de los individuos.
Por eso dice: «en todas tus puertas». Debemos interpretarlo literalmente, es decir, que una puerta es el lugar de entrada. Esto significa que siempre que una persona quiere comenzar el trabajo del Creador, debe organizar el trabajo de dos maneras: en potencial y en la práctica, que son los «jueces» y los «guardias».
Sin embargo, en relación a lo que dice, «en todas tus puertas», debemos interpretar de acuerdo a lo que vemos, que hay dos tipos de vida en nuestro mundo: 1) vida corporal; 2) vida espiritual.
Resulta de esto que tenemos dos puertas:
1) Una puerta semejante a la puerta de una prisión. Esto es similar a lo que está escrito (en la plegaria de «agradecimiento» que decimos en la víspera de Shabat, en la plegaria vespertina): «Moradores en tinieblas y sombra de la muerte; prisioneros en miseria y hierros». El Metzudat David (Interpretación de la Fortaleza de David) aquí interpreta: «Aquellos que se sientan en un lugar de oscuridad están amarrados por cadenas que los atormentan y por grilletes de hierro»;
2) Una puerta semejante a la puerta del Rey, como está escrito: «Y Mordejay se sentó junto a la puerta del Rey».
En cada puerta hay guardias que hacen guardia, pero cada uno de los guardias actúa de forma contraria. Es decir, los guardias de la prisión vigilan que ningún prisionero escape de la cárcel, mientras que los guardias sentados en la puerta del Rey vigilan que nadie atraviese la puerta del Rey.
La cuestión es que aquellos que están inmersos en el amor propio y no tienen comprensión ni sensación de nada más allá de los placeres corpóreos, se considera que están en prisión; y los guardias no dejan que salgan. ¿Por medio de qué fuerza los guardias les impiden salir? En el momento en que los guardias ven que él quiere salir del amor propio y comenzar el trabajo del otorgamiento, agregan más placer en el amor propio. Con esto quedan amarrados con cadenas de hierro para que no puedan salir de ahí.
Después de prevalecer, cuando los guardias ven que los prisioneros quieren escapar del amor propio y empezar a adentrarse en el amor al Creador, inmediatamente les dan más gusto y más importancia, hasta un punto en el que nadie jamás pensó que merecía tanto la pena permanecer en amor propio como sienten ahora, que el amor propio no es una cuestión sencilla, como está escrito: «Aquel que es más grande que su amigo, su propia inclinación es más grande que él». Por medio de esto los guardias pueden vigilar que nadie escape de la prisión.
Pero el rol de los guardias situados en la puerta del Rey es no dejar entrar a nadie por la puerta del Rey. ¿Cuál es la fuerza con la que pueden sobreponerse aquellos que sí quieren entrar en el palacio del Rey? Es como está escrito en la «Introducción al Estudio de las Diez Sefirot» (punto 133): «Es como un rey que quiso seleccionar para sí a los más leales entre los súbditos del reino y traerlos para trabajar dentro de su palacio. ¿Qué hizo entonces? Promulgó un decreto por el que todo aquel que lo deseara, pequeño o grande, viniera a su palacio para ocuparse de los trabajos allí dentro. No obstante, ordenó a muchos sirvientes que vigilaran la puerta del palacio, y les ordenó que obstruyeran ingeniosamente a todos los que se acercaran a su palacio. Por supuesto, todas las personas del país comenzaron a correr hasta el palacio del rey. Pero los diligentes guardias los rechazaban astutamente. Muchos los superaron y se aproximaron a la puerta de palacio, pero los guardias situados en la puerta eran los más diligentes, y si alguien se acercaba a la puerta, lo desviaban y lo apartaban con gran astucia hasta que se desesperaba y regresaba como había venido. Y así iban y volvían. Solo los héroes entre ellos, aquellos cuya paciencia persistía, derrotaban a los guardias y abrían la puerta. Inmediatamente eran recompensados con contemplar el rostro del rey, quien los designó a todos al lugar apropiado».
Por lo tanto, resulta que los guardias en la puerta del palacio del Rey obstruyen con toda clase de argumentos como «No es para ti» la entrada al palacio del Rey. Inventan razones para cada quien, para que estas personas comprendan que no les merece la pena esforzarse en vano. Y, sobre todo, mediante todo tipo de argumentos, tienen el poder de obstruirlas y apartarlas de la batalla del trabajo sagrado. Este es el significado de «en todas tus puertas», es decir, la puerta de la prisión y la puerta del Rey.
Ahora explicaremos el final del versículo donde acaba: «que el Señor tu Dios te ha dado». Hemos preguntado: «¿Qué viene esto a decirnos?». Se sabe que todo viene del Creador. Sin embargo, como hemos explicado anteriormente, para aquel que quiera ser salvado de todos esos argumentos de los guardias, solo hay un consejo: fe por encima de la razón. Esto significa que todo lo que los guardias dicen es verdad. Sin embargo, el Creador es misericordioso y clemente, y escucha la plegaria de cada boca. Él da la fuerza para superar todos los obstáculos.
Sin embargo, hay una regla que uno debe decir: «Si yo no soy para mí, ¿quién será para mí?» Es decir, uno no debe esperar a que el Creador lo ayude a prevalecer. Al contrario: debe superarlo por sí mismo y hacer todo lo que pueda, y pedir solamente al Creador que le ayude a superar, es decir, que lo ayude. Si la persona lo intenta por todos sus medios, entonces debe pedir al Creador que ese esfuerzo dé frutos. Ahora bien, uno no debe decir que el Creador trabaje por él, sino que el Creador le ayude en su trabajo para que pueda triunfar y lograr el bien.
De acuerdo con esto, dado que el hombre es el trabajador y el Creador solo lo está ayudando, el hombre hace un cálculo sobre por qué ha sido recompensado con estar más cerca del Creador que los demás. Es porque otros no pudieron esforzarse tanto en el trabajo por encima de la razón ni ignoraron los argumentos del cuerpo tal como él hizo constantemente, prevaleciendo en su trabajo y no prestando atención a sus pensamientos de desesperación con los que el cuerpo pretendía que fracasara.
Resulta que uno puede decir: «Mi fuerza y el poder de mi mano me han conseguido esta victoria». En ese sentido, el versículo dice que uno debe saber que «el Señor tu Dios te está dando», que este es de hecho el único regalo del Creador. Es decir, el hecho de que tuviste la fuerza para colocar jueces y guardias en todas tus puertas no fue sino un regalo del Creador.