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Rabash / La medida de practicar Mitzvot

Baruj Shalom HaLevi Ashlag (Rabash)

La medida de practicar Mitzvot

Artículo 25, 1986

Se nos dieron 613 Mitzvot (preceptos) para observar en la práctica. Incluso sin una intención, si uno simplemente aspira a estar realizando ahora una de las Mitzvot que el Creador nos ha encomendado, nos alcanza con observar la Mitzvá (precepto) sin pensar en ninguna intención sino solo directamente, entonces, uno ya ha cumplido con su deber.

Sin embargo, debemos observar todas las Mitzvot según las condiciones en cada Mitzvá. Por ejemplo, una persona puede observar la Mitzvá de los Tzitzit (flecos: adorno de hilos sujetos en un extremo), como está escrito: «Que se hagan flecos en las esquinas de sus vestiduras». Sin embargo, hay precisiones acerca del material con el que se confecciona el Talit (chal para la plegaria que se usa durante la oración judía de la mañana, y en cuyos bordes hay Tzitzit), así como con la longitud y el ancho del Talit. Además, hay precisiones en el Tzitzit en sí, el material del que está hecho, –lana, lino u otros materiales– así como el número de flecos, su longitud, etc.

Las condiciones en la Mitzvá de los Tzitzit ciertamente deberían aplicarse. De lo contrario, se considera que es una práctica incompleta de la Mitzvá, y eso es una deficiencia en el acto. Además, hay un embellecimiento en la práctica de las Mitzvot, como dijeron nuestros sabios acerca del versículo: «Este es mi Creador y yo lo alabaré», y hay muchas otras precisiones que hacer.

Este asunto concierne a cada práctica de las Mitzvot, ya sean Mitzvot de la Torá, de nuestros sabios, o Mitzvot que observamos debido a las costumbres, como dijeron nuestros sabios: «Las costumbres de Israel son Torá» (Minjot 20b), «Y las costumbres de nuestros padres son Torá».

La medida de las precisiones que dice cuán meticulosos debemos ser con las Mitzvot, se nos dio en la Mitzvá de no comer levadura durante Pésaj. Un ejemplo de lo meticulosos que debemos ser, se nos dio en Pésaj, porque la levadura implica la inclinación al mal, por esta razón tenemos muchas restricciones y minuciosidades. Esto nos fue dado como ejemplo de cómo debemos tener cuidado de no caer, el Creador no lo quiera, en una transgresión. Por lo tanto, se nos dieron precisiones para que nos mantengan alejados de la transgresión en sí, además del cumplimiento de la propia Mitzvá.

Sin embargo, Baal Shem Tov dijo: «Que no sea demasiado meticuloso», es decir, que no debería dedicar todo su tiempo y atención a las precisiones; sino, en la medida que pueda debería mantener las Mitzvot con todos sus detalles y minuciosidades, pero sin exceso. Tal vez por eso no aplicamos la misma rigurosidad y minuciosidad a todas las Mitzvot como lo hacemos en Pésaj, ya que también necesitamos nuestra energía para la intención de las acciones, de lo contrario no tendremos mucho tiempo para la intención.

Esto significa que también debemos pensar en la intención, como está escrito: «Creé la inclinación al mal, creé la Torá como condimento». Por lo tanto, debemos dedicar también tiempo y esfuerzo a la intención, es decir, ver en qué medida la inclinación al mal se corrige a través de la Torá y las Mitzvot, ya que debemos criticar nuestro deseo llamado «Deseo de recibir», para ver si nos hemos distanciado de la utilización del deseo de recibir y nos hemos alejado de él y cuánto hemos avanzado en el trabajo de otorgamiento, es decir, debemos examinarnos constantemente para saber con certeza la medida de odio que hemos adquirido para aborrecer nuestras vasijas de recepción y anhelar vasijas de otorgamiento.

Por lo tanto, cuando uno se dedica a una cierta Mitzvá, primero debe saber que está observando la Mitzvá en total simpleza: Que ahora no está pensando en otra cosa sino en la Mitzvá que está realizando, es decir, saber que está observando el precepto del Creador y creer que el Creador nos ordenó a través de Moisés que guardemos Sus preceptos. Al observar las 613 Mitzvot que Él nos ha dado, así como a través de las Mitzvot de nuestros sabios y manteniendo las costumbres de Israel, que también son la Torá, todo lo que uno haga debe ser con la intención de querer deleitar al Creador. Se le ha dado un gran privilegio desde arriba para poder hablar con el Creador. Por lo tanto, cuando él hace la bendición por los placeres y la bendición por las Mitzvot, debe saber y pensar un poco acerca de a Quién le está dando la bendición, a Quién le está dando gracias.

Uno debería figurarse: Si se le permitiera ver al hombre más importante de la ciudad, a quien no todos pueden acercarse, ¿Cómo se sentiría cuando entrara y hablara con él? O si se le permitiera acercarse a la persona más importante del país, qué alegría experimentaría. Y también, si se figura que se le permitiera hablar con la persona más importante del mundo que solamente habla con unos pocos elegidos, qué feliz y contento estaría de haber sido agraciado con algo de tanta importancia que otros no tienen la suerte de tener. Vemos que, en nuestro mundo, eso nos da satisfacción y alegría en la vida.

En consecuencia, la pregunta es: «¿Por qué no podemos hacer este cálculo, esta imagen de la importancia que tenemos por alguien que es respetado en la corporalidad, y cuando podemos hablar con alguien tan importante, mientras que en lo referente a la espiritualidad, cuando hablamos con el Creador, no tenemos la sensación de sentir con quién estamos hablando como para decir: “Miren ¿Cuántas personas hay en el mundo y no tienen el privilegio de hablar con el Rey del mundo”? Y sin embargo, a nosotros el Creador nos ha dado un pensamiento y deseo de venir y hablar con Él».

No obstante, la persona debe creer en lo que dijeron nuestros sabios: «Si el Creador no lo ayuda, no la vencería» (Kidushín 30). Por lo tanto, debemos decir que ahora el Creador se ha acercado a nosotros y nos ha ayudado, entonces, ¿Por qué nos impresionamos del Creador y nuestros corazones no se alegran?

Sin embargo, cuando uno pronuncia palabras de Torá y reza al Creador o cuando bendice, debe imaginarse que está hablando con una persona honorable, con el Rey del mundo, y desear que eso lo ayude, es decir, después de todas las figuraciones, aun así, no es lo mismo hablar a una persona honorable en la corporalidad, y la sensación que uno tiene en ese momento cuando siente importancia sin ningún esfuerzo. Pero en la espiritualidad, uno debe esforzarse con todo tipo de descripciones hasta sentir cierta importancia por estar hablando con el Creador.

Ahora bien, el asunto es muy simple: En la corporalidad, uno puede ver cómo la gente respeta a esa persona, por lo tanto, el individuo se ve influido por la importancia que muestra la gente y acepta servir a ese hombre debido a la importancia que ha recibido de la gente con respecto a ese hombre.

Pero con respecto al Creador, uno no puede ver la verdadera medida del aprecio de la gente por el Creador. Es más bien al contrario, todo se construye sobre la fe. Y el lugar en donde uno debe creer es donde comienza el trabajo, ya que entonces nacen las dudas y debe decidir: Sí o no.

Hay un gran trabajo en la espiritualidad cuando la persona tiene que apreciar al Creador y, para ello, renunciar a varias cosas que el cuerpo disfruta. Siente dolor al renunciar a sus placeres, y todo para poder ganarse el favor del Creador y que le permita entrar y hablar con Él, para que le deje sentir con quién está hablando, es decir, que el Creador le sea revelado y no esté tan oculto.

Pero, si pudiera recibir la importancia del Creador de las otras personas, como ocurre en la corporalidad, no sería un trabajo. Ahora bien, hay algo especial en la Kedushá (Santidad) que recibe el nombre de «Shejiná (Divinidad) en el exilio» o «Shejiná en el polvo». Esto nos muestra la irrelevancia, que es lo opuesto a la importancia.

Naturalmente, no podemos recibir importancia del público porque el público no tiene aprecio ni consideración por la espiritualidad, como para que uno pueda recibir un apoyo en el que sustentarse e ir a lo que es importante para poder renunciar a la vida mundana, llamada «Vida corpórea» y aceptar servir al Creador con el fin de otorgar y no para su propio beneficio.

Y esto es, porque uno no ve que los otros aprecian suficientemente la espiritualidad como para que merezca la pena renunciar al amor propio. Porque cuando empieza a mirar a otros que estudian la Torá y observan las Mitzvot, no ve en ellos una suficiente importancia que les haga trabajar con la intención de otorgar. Obviamente, uno no recibe importancia por la espiritualidad del mismo modo que recibe importancia del público por la corporalidad.

En la corporalidad uno ve que hay un público que valora a alguien, no importa quién sea o qué es lo que valoran, pero está influido por ellos. Sin embargo, en la espiritualidad, no ve que nadie –ni siquiera algún individuo– aprecie la espiritualidad. Entonces ¿Qué puede hacer para adquirir la importancia de modo que le merezca la pena trabajar con el fin de otorgar?

De esto se desprende que el hombre tiene un gran trabajo para esforzarse en tratar de hacer lo que pueda para obtener alguna importancia y entender que es un gran privilegio haber sido recompensado con servir al Creador y observar Sus Mitzvot con absoluta simplicidad, es decir, sin grandes intenciones. Por el contrario, uno debería sencillamente obtener alegría y vitalidad al observar lo que el Creador nos ordenó.

Uno debería pensar que ahora está cumpliendo la voluntad del Rey, y que el Rey disfruta cuando yo cumplo Su voluntad. Uno debe creer por encima de la razón que el Creador le ha enviado sus pensamientos y deseos, los cuales hacen que observe las Mitzvot y que llegaron hasta él como un despertar desde arriba, es decir, ahora el Creador le está llamando: «Ven a Mí: Quiero darte un trabajo en Mi palacio». Cuando uno piensa esto, el corazón se entusiasma, se llena de alegría, y luego se siente exultante.

Por lo tanto, según esto, no importa lo que haga, sino que todo es lo mismo, como está escrito: «Sé cuidadoso con una Mitzvá simple, tanto como con una importante, pues no conoces la recompensa por las Mitzvot». Puede decirse que no importa la Mitzvá del Creador que observe la persona porque su único pensamiento es dar contento al Creador.

Por consiguiente, uno puede obtener gran alegría de las pequeñas acciones porque lo más importante no es la grandeza de la Mitzvá, sino la magnitud y la importancia del que ordena la Mitzvá, es decir, es de acuerdo a su aprecio por el Rey.

Cuando una persona reflexiona, ve que debe satisfacer el deseo, tener un llenado. Sin embargo, hay quienes trabajan para satisfacer sus propios deseos, lo que el corazón exige. Esto se denomina «Pasión». Y hay quienes necesitan satisfacer la voluntad de otros, lo que se exige de ellos, vestirse, vivir en un apartamento, tal como se espera, etc. Esto se encuentra dentro de la categoría de honor. Y existe también el llenar el deseo del Creador, lo que Él exige, que es observar la Torá y las Mitzvot.

No obstante, uno debe preguntarse: «¿Servir al Creador es realmente tan importante para mí como para que sienta tanta importancia? ¿Por qué, entonces, después de hacer todos los cálculos, me olvido de todo, entro en el mundo corpóreo, dejo todo lo relacionado con la Kedushá y me dedico a cumplir los deseos de los demás y no los del Creador, a pesar de que he dicho que Su voluntad es tan importante, más aún que satisfacer mi propio deseo?».

«Cuando me preocupo de satisfacer mi propio deseo, eso se enmarca dentro de la categoría de pasión. Cuando trato de satisfacer los deseos de otros, eso se enmarca dentro de la categoría de honor. Quiero satisfacer ambas cosas por amor propio. Pero cuando deseo hacer la voluntad del Rey, ese estado es muy importante porque, en ese momento, salgo de mi amor propio, llamado “Bestia” y entro en la categoría de “Hombre”, como dijeron nuestros sabios: “Tú eres llamado ‘Hombre’; pero las naciones del mundo no”».

Por lo tanto, en cuanto uno sale del estado de Torá y plegaria, dice que incluso lo más insignificante que haga en Kedushá, es tan importante para él, hasta el punto que lo colma de felicidad por haber sido recompensado con poder entrar en el dominio de la Kedushá; ¿Y quién es el necio que quiere abandonar un estado emocional de entusiasmo y satisfacción? El siente que es el hombre más feliz del mundo porque tiene el gran privilegio de salir de la bestialidad en la que siempre estuvo.

De repente, es convocado para acudir ante el Rey y hablar con Él. Entonces se mira a sí mismo y ve cómo siempre estuvo inmerso en las pasiones de este mundo como cualquier otra bestia. Pero ahora se da cuenta de que se ha convertido en un hombre heróico. Y se vuelve muy crítico con todo lo que le rodea –cuánta bajeza tienen– hasta el punto de apenas poder soportar estar cerca de ellos, hablar con ellos, porque es incapaz de degradarse tanto como para hablar a gente desprovista del espíritu de la Kedushá: Están tan inmersos en el amor propio, que apenas puede soportarlos.

Después de todo esto, tras un tiempo, incluso después de un momento, tras todas las críticas hacia su entorno, se olvida completamente de su espiritualidad en la que se encontraba y entra en el mundo corpóreo con todas sus pasiones bestiales. Ni siquiera recuerda el momento de su partida, el momento en el que salió del estado espiritual hacia el estado corporal en el que ahora se encuentra.

Por lo tanto, la pregunta es: «Cuando estaba en un estado espiritual y estaba feliz con su situación, ¿Era todo mentira? ¿Fue solo un sueño? ¿O acaso, al contrario, el estado anterior era el verdadero y lo que siente ahora, de estar inmerso en las pasiones bestiales, es un sueño?».

Lo cierto es que uno debe creer que, cuando el Creador se revela un poco ante él, empieza a sentir la importancia del Rey y se siente atraído a Él, y se anula como una vela ante una antorcha. Y si sigue apreciando esa proclamación que ha escuchado desde arriba, y en la medida que sepa valorarlo, su aspiración por la espiritualidad crece y comienza a sentir que ha salido del mundo corporal para entrar en un mundo lleno de bondades.

Pero si se olvida de apreciar ese llamado –el haber sido llamado para ir a hablar con el Rey– y comienza a disfrutar, deposita su alegría en las vasijas de recepción y no tiene cuidado de alabar y agradecer al Creador por haberlo acercado a Él, inmediatamente será rechazado y expulsado del palacio del Rey.

Esto sucede tan rápidamente que no tiene tiempo de sentir que ha sido expulsado. Solamente una vez pasado cierto tiempo, se da cuenta y ve que fue expulsado. Pero cuando es expulsado del palacio del Rey se queda inconsciente, y por lo tanto no puede sentir el momento de la expulsión.

Es sabido que, también en la corporalidad, si alguien cae desde una altura al suelo, al preguntarle cómo fue que se cayó, no recuerda nada. Lo único que sabe es que ahora está en el hospital aunque no recuerda nada: Quién lo recogió, quién lo llevó al hospital, lo ha olvidado todo.

Es lo mismo en la espiritualidad. Cuando es expulsado del palacio del Rey no recuerda quién lo expulsa, es decir, qué fue lo que causó que cayera desde su estado de absoluta perfección, lleno de alegría por su situación. Tampoco recuerda cuándo cayó desde su estado al suelo así que no puede decir: «Hasta ese punto estaba bien y en ese momento me caí». No puede recordar el momento en que cayó de su estado. Pero después de un tiempo, abre sus ojos y empieza a ver que ahora se encuentra en el mundo corpóreo.

Esta recuperación de la conciencia cuando ve que está fuera del palacio puede ocurrir varias horas o incluso varios días después. De repente, ve que está inmerso en las pasiones de este mundo y que antes estuvo en un estado de ascenso.

Ahora volvamos al asunto con el que comenzamos, es decir, la grandeza de practicar Mitzvot y palabras de Torá y plegaria en absoluta simplicidad, sin ninguna intención salvo aprender Torá, puesto que toda la Torá son los nombres del Creador, y que uno entienda qué tipo de relación tiene aquel que estudia, es decir, el asunto que aprende la persona.

Uno no debe decir: «¿Qué viene a enseñarnos esto?», sino que cada palabra que aprende es algo grandioso que beneficia a su alma; y aunque no lo comprenda, debe creer en los sabios que así nos lo han indicado.

Del mismo modo ocurre en la plegaria. Uno debe saber y creer que cada palabra que nuestros sabios han determinado para nosotros fue pronunciada desde el espíritu de Santidad. Por esta razón, debemos darle importancia a cada palabra, ya que la persona tiene el privilegio del Creador quien le ha dado un pensamiento y deseo de observar Sus preceptos, y agradecer al Creador por eso. Debe creer que todo lo que hace en la espiritualidad –mientras otros no tienen ese privilegio– es porque el Creador le ha designado un servicio para que lo sirva a Él.

Debemos creer en la importancia del Creador aunque el cuerpo aún no se impresione como si estuviera sirviendo a un rey de carne y sangre, pues el público venera al rey y el individuo está influenciado por el público. Pero en la espiritualidad la persona no puede ver que la multitud aprecie al Rey, y el valor de anularse ante Él permanece oculto para la persona. Sin embargo, debemos creer que esto es así, esto es lo que denominamos «Línea derecha», es decir, sin ninguna intención. Por el contrario, incluso cuando uno obra con el más reducido de los entendimientos, debe contemplarlo como si estuviera haciendo un gran servicio.

Es como dijeron nuestros sabios (Avot, capítulo 2, Mishná 1): Sé cuidadoso con una Mitzvá simple, tanto como con una importante, pues no conoces la recompensa por las Mitzvot». Por lo tanto, no debe importarnos qué servicio le prestamos al Rey, o cuáles son los servicios con los que le damos contento al Rey, sino que tenemos un solo pensamiento: Que el Creador esté contento con lo que estamos haciendo.

Por eso, no es relevante si este trabajo es importante o no, puesto que uno no se toma en cuenta a sí mismo. Puede tratarse de un trabajo que no es tan importante que mucha gente no quiere y, entonces, él puede desear hacerlo porque es más necesario que otro trabajo importante que mucha gente quiere.

Sin embargo, la pregunta es: «¿Por qué la persona no puede sentir la luz que ilumina en la Torá y las Mitzvot en cuanto empieza el trabajo?». Por el contrario, uno debe creer que ahí existe una luz oculta que uno no puede ver. Ciertamente sería mejor si la importancia de esto le hubiera sido revelada a todos, ya que entonces todos tendrían la capacidad de observar la Torá y las Mitzvot.

Por eso hay un ocultamiento sobre la Torá y las Mitzvot, para que cada uno tenga que trabajar y esforzarse, y realizar todo tipo de acciones hasta poder decir que todo este mundo corpóreo no merece la pena comparado con la Torá y las Mitzvot, como dijeron nuestros sabios (Avot, capítulo 4, 22): «Una hora de arrepentimiento y buenas acciones en este mundo es mejor que una vida entera en el mundo venidero, y una hora de felicidad en el mundo venidero es mejor que toda la vida en este mundo».

Pero se nos ha dado este ocultamiento con el fin de tener un lugar para la elección, es decir, de ser capaces de trabajar en la Torá y las Mitzvot en nombre de los cielos, es decir, con el fin de otorgar. De lo contrario, si la luz oculta en la Torá y las Mitzvot estuviera revelada, la persona trabajaría solamente desde el amor propio. Y entonces no sería capaz de examinarse y ver si su objetivo es otorgar o el beneficio propio.

Pero dado que se nos permitió observar la Torá y las Mitzvot durante el ocultamiento, para que podamos observarlas con absoluta simplicidad y decir: «Si mi intención es otorgar, ¿Por qué debería importarme el sabor que siento?». Por lo tanto, si uno quiere ser recompensado con algo, debe aceptar observar la Torá y las Mitzvot con absoluta simplicidad.