Un justo que está bien, un justo que está mal
Artículo 38, 1985
El sagrado Zóhar interpreta el asunto de «un justo que está bien, un justo que está mal» (Ki Tetzé, punto 13): «Uno que es justo y que está mal significa que él procede del Árbol del Conocimiento del bien y del mal, ya que el mal está con él. No hay un solo justo que no peque en este mal, siendo que está con él. Un malvado que está bien, es aquel cuya tendencia al mal se sobrepuso a su tendencia al bien; y acerca de esto se dijo: “Él está bien”, pues el bien está bajo la autoridad del malvado. Y puesto que el mal gobierna sobre el bien, es un malvado, porque lo que prevalece se apropia del nombre. Si el bien se sobrepone al mal, es llamado “un justo que está mal” porque el mal está bajo su autoridad. Y si el mal prevalece sobre el bien, es llamado “un malvado que está bien”»; hasta aquí sus palabras.
Para comprender el asunto del bien y del mal en general, debemos saber que, puesto que la raíz de los creados se extiende desde la Sefirá de Maljut y Maljut en su raíz es llamada «receptor con el fin de recibir», esta es la raíz de todo el mal que se encuentra en los creados. Esto es así porque ese deseo nos separa de la raíz ya que, como aprendemos, el pensamiento de la creación fue hacer el bien a Sus creaciones y creó la carencia en forma de existencia a partir de la ausencia, llamada el «deseo de recibir deleite y placer».
Pero dado que en la espiritualidad la Dvekut (adhesión) y separación hacen referencia a la equivalencia de forma y dado que el Creador es el otorgante y las creaciones son las receptoras, hay disparidad de forma entre ellos, y esa disparidad de forma nos separa del Creador. Por lo tanto, no somos capaces de recibir el deleite y el placer que Él desea darnos y que era el propósito de la creación. Por tal motivo, para recibir el bien, nos falta capacitar los Kelim (vasijas) para que sean con el fin de otorgar y entonces recibiremos el bien.
Resulta de esto, que nuestro mal, es la razón por la cual no tenemos deleite y placer, es decir, que no es ni más ni menos que el amor propio dentro de nosotros. Esto es lo que nos estorba en recibir el deleite y placer, y eso es lo que nos causa la cualidad de muerte porque nos separa de la vida de vidas. Y por eso somos llamados «muertos», como dijeron nuestros sabios: «Los malvados en sus vidas, son llamados “muertos”».
Si observamos nuestro mal, la forma en que nos habla y quiere controlarnos, con qué fuerza llega hasta nosotros para que escuchemos sus argumentos, debemos hacer cuatro discernimientos aquí: 1) Podemos imaginar y atribuir al arrepentimiento desde el amor (aunque el arrepentimiento desde el amor es una gran cuestión, aquí solo estamos hablando con respecto a la atribución); 2) Imaginarnos aproximadamente el arrepentimiento desde el temor; 3) Que no puede sobreponerse y arrepentirse, pero de todas maneras permanece roto y fragmentado por no poder arrepentirse; 4) Que no se impresiona de su incapacidad de sobreponerse al mal y arrepentirse.
Vamos a explicarlos uno por uno. Se sabe que cuando el hombre quiere ir por el camino de hacer todo en nombre del Creador, porque en todo lo que hace piensa qué beneficio obtendrá el Creador de eso y no piensa en su propio beneficio, entonces, viene el cuerpo con sus reclamos y empieza a difamar este camino llamado «el camino del otorgamiento y no del beneficio propio» y reivindica los argumentos del Faraón y los argumentos del malvado, que son la condición de «mente y corazón», es decir, «quién y qué».
Cuando la persona empieza a escuchar sus argumentos, empieza a asombrarse de que nunca ha escuchado reclamos tan enérgicos de su cuerpo, como los que escucha ahora. Cuando empezó el trabajo pensaba que cada vez avanzaría más hacia la meta, es decir, que cada vez debía entender que merecía la pena trabajar en nombre del Creador.
Pero de repente ve que allí donde debería tener una mayor pasión de servir al Creador, escucha objeciones de su cuerpo que ahora le dice: «Por qué no quieres ir por el camino que va todo el mundo, donde principalmente hay que ser minucioso con las acciones en todos sus detalles y meticulosidades, y en relación a la intención, decir: “Que sea como si hubiera tenido la intención”». «Pero ahora», dice el cuerpo: «veo que estás prestando atención específicamente a las intenciones, es decir, que puedas dirigir que todo sea para el Creador y no en beneficio propio. ¿Es posible que seas la excepción? ¿No quieres ser como todos los demás, que dicen que esta es la forma más segura? Y la prueba de esto es observar cómo se comporta la mayoría».
En ese momento comienza el trabajo de sobreponerse. Es decir, necesita sobreponerse a esos argumentos y no sucumbir a sus reclamos. Sin duda debe dar respuestas claras a lo que le están haciendo entender: que su deseo de dirigir todas sus acciones, que sean sólo para otorgar y no para su propio beneficio va en contra de la razón, porque la razón obliga, puesto que el hombre fue creado con un deseo de recibir deleite y placer y hay una demanda por parte de la naturaleza de satisfacerlo –de lo contrario, ¿para qué necesita toda esta vida sino para disfrutarla y satisfacer las demandas del cuerpo?– de ese modo le hace entender que esto es 100% razonable y no hay ninguna excusa para responder a sus reclamos.
La respuesta clara debe ser que nosotros creemos en las palabras de nuestros sabios, que nos enseñaron que debemos ir por encima de la mente y la razón. Es decir, la verdadera fe está justamente por encima de la razón, y no todo lo que la mente comprende es cierto. Porque con respecto al Creador aprendemos que «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni Mis maneras son vuestras maneras».
Aquí comienzan los discernimientos en el orden del trabajo:
El primer nivel es cuando él le dice a su cuerpo: Todos los argumentos que ustedes me dicen, por parte de la mente tienen razón, y también estoy de acuerdo con ustedes. Sin embargo, deben saber que dado que el verdadero camino, tal como lo he recibido de la fe en los sabios, es por encima de la razón. Pero no he tenido la oportunidad de descubrir mi camino ante mis ojos, que es realmente así, que voy por encima de la razón.
Pero ahora me vienes con tus argumentos, que se debe ir dentro de la razón y difamas el camino del otorgamiento y la fe. Estoy contento de que vengas con tus difamaciones porque ahora puedo descubrir mis pensamientos, que toda la base en la que he construido el trabajo del Creador es sobre el camino de la verdad. Es decir, ahora puedo decir que voy por encima de la razón. Pero antes de que vinieras a mí no había tenido la oportunidad de descubrir mi camino.
«Por lo tanto, aprecio tus argumentos porque me has hecho un gran favor al hablarme calumnias. Es decir, esa difamación que te escuché decir, es la que ha causado que me arrepienta, ya que ahora debo sobreponerme con fe por encima de la razón. Resulta que lo que me hace que asuma el yugo del reino de los cielos en otorgamiento y por encima de la razón, es únicamente tu difamación. Si tú no me hubieras venido con tus quejas, no habría necesitado asumir el precepto de la fe. Pero ahora debo arrepentirme». Por lo tanto, él no se enfada por la difamación que ha escuchado.
Podemos comparar esto a cómo nos relacionamos con el arrepentimiento desde el amor (aunque lo cierto es que el arrepentimiento desde el amor y el arrepentimiento desde el temor son dos grandes grados), como dijeron nuestros sabios «El arrepentimiento desde el amor: las malicias se vuelven para él como méritos». Podemos también interpretar aquí que las malicias se vuelven para él como méritos.
Tenemos que entender cómo se convierten las malicias en méritos. Las malicias, quiere decir que una persona se enoja porque las malicias vinieron a él. Los méritos son precisamente cuando la persona disfruta por haber adquirido méritos. Entonces, ¿cómo podemos decir que las malicias se han convertido en méritos? ¿Cuál es aquí la malicia, cuando viene el cuerpo con sus quejas sobre la fe, la cual él asumió por encima de la razón? Además, ¿qué mayor malicia que uno que difama la sagrada fe?
Sin embargo, si se arrepiente desde el amor, es decir, que ahora se arrepiente y asume la fe por encima de la razón, y con la mente clara decide ir específicamente por el camino de la fe, ya que ahora tiene dos caminos ante él y decide. Por lo tanto, tiene un lugar para la elección. Pero antes de que llegara a él con la difamación, aunque había asumido la fe por encima de la razón, no era tan evidente que tenía dos caminos ante él. Pero ahora está haciendo realmente una elección al determinar que precisamente debe ir con fe por encima de la razón.
Resulta, entonces, que está satisfecho con esa difamación y aprecia que le hayan hablado mal acerca de la fe, aunque también sean malicias. Y puesto que provocaron que tuviera lugar para elegir, se le revela que realmente quiere ir por el camino de la fe por encima de la razón. Resulta que esas malicias para él son tan importantes como los méritos, pues sin ellos no tendría lugar para la elección.
Resulta que con el arrepentimiento que está realizando ahora, está satisfecho con el trabajo que se le presenta ahora y esto se considera relacionado al arrepentimiento desde el amor. Es decir, que ama el acto de arrepentimiento que ha realizado ahora. Entonces de por sí, las causas, que son las malicias, se le consideran como méritos, es decir, que los aprecia como méritos, pues lo uno no puede ir sin lo otro. Y él tiene, aproximadamente, como la relación entre la luz y el Kli (vasija). Es decir, la carencia que le han causado las malicias es llamada Kli, y el arrepentimiento, el haber hecho la elección, es similar a la relación de la luz. Este es el primer nivel en el orden del trabajo.
El segundo nivel es que, aunque él se sobrepone a la difamación que el cuerpo expresa acerca del camino de la verdad, que es otorgamiento y fe, y se arrepiente, es decir, le responde al cuerpo: «Todo lo que escucho de ti es únicamente lo que dices y que la mente te dicta, pero yo avanzo según lo que he escuchado, que el principal fundamento del trabajo del Creador es la fe por encima de la razón. Es decir, no voy según lo que dicta la mente, sino por encima de la mente». Y, por lo tanto, esto es verdadero arrepentimiento.
Sin embargo, él dice que estaría más satisfecho si no escuchara la difamación de ellos porque está en peligro de, tal vez, no ser capaz de hacer la elección. Resulta que este arrepentimiento es en el estado de temor. Es decir, teme el trabajo de tener que sobreponerse porque es un arduo trabajo, ya que cuando se pone a prueba a la persona es muy difícil elegir el bien.
Resulta que este arrepentimiento está relacionado con el arrepentimiento desde el temor, cuando las malicias se vuelven para él como errores. Puesto que se ha arrepentido de sus malicias, estas se convierten en errores, pero no en méritos, porque méritos quiere decir que él se asemeja a los méritos. Así, en la medida que el hombre anhele los méritos, estará feliz con su trabajo, por habérsele concedido la oportunidad para elegir. Pero cuando teme la difamación, él mismo está diciendo que estos no son méritos, sino que se asemejan a errores.
Resulta que, aunque ha elevado el mal a la Kedushá (Santidad), es decir, ha corregido el mal al arrepentirse, pero ese nivel es más bajo que el arrepentimiento desde el amor, ya que el mismo no los convierte en méritos. Por lo tanto, esto se considera un segundo nivel en el trabajo.
El tercer nivel que debemos discernir en el orden del trabajo es cuando el cuerpo viene a él con los conocidos argumentos –cuando difama la mente y el corazón– se rinde bajo ellos, no puede vencerlos, y luego debe descender de su grado. Es decir, donde antes pensaba que él podía ser considerado como uno de los servidores del Creador, ahora ve que está lejos de eso porque antes de que el cuerpo viniera con sus conocidos argumentos, pensaba que él ya estaba bien, es decir, que no tenía pasiones por el amor propio, sino que él seguro estaba completamente con el fin de otorgar.
Pero ahora ve que no puede sobreponerse a las quejas. Aunque ahora realmente no se le está poniendo a prueba –pues ahora todas las discusiones son solamente en potencia– igualmente ve que todavía sucumbe a sus argumentos y no puede asumir la fe por encima de la razón y decir: «Quiero ir solamente por el camino del otorgamiento».
En ese punto el hombre se sienta y se asombra de cómo se ha revertido la situación. Le parece como si fuera un ciclo que se repite en el mundo, y él, que siempre había observado la bajeza del mundo, él mismo ha caído ahí y no es capaz de salir de ese lugar, aunque recuerda cómo aborrecía a esas personas, las consideraba pequeñas e infantiles, y se mantenía siempre alejado de ellas. Ahora él se encuentra ahí y no puede salir por sus propias fuerzas.
Ahora ve una similitud con la historia que se cuenta acerca del Rabí Yonatán, que tuvo una discusión con un sacerdote. El sacerdote dijo que él podía cambiar la naturaleza y Rabí Yonatán dijo que no se puede cambiar la naturaleza que el Creador creó. Solamente el Propio Creador puede cambiarla, pero el hombre por sus propias fuerzas no puede.
¿Qué hizo entonces el sacerdote? Tomó unos cuantos gatos y les enseñó a ser camareros. Los atavió con ropa de camareros, se dirigió hasta el rey y le informó acerca de este asunto con Rabí Yonatán. El sacerdote organizó una comida e invitó al rey y a los ministros. Antes de la comida, el sacerdote volvió a mencionar el asunto de poder cambiar a una segunda naturaleza y Rabí Yonatán dijo que solo el Creador puede hacer el cambio y no el hombre.
A continuación, el sacerdote dio una orden y dijo: «Comamos primero y luego concluiremos nuestro debate». Enseguida, los camareros, es decir los gatos, entraron vestidos como unos auténticos camareros y pusieron la mesa. Trajeron los platos para cada uno; el sacerdote, el rey y los ministros no salían de su asombro con las extraordinarias acciones de los camareros. Entonces, todos se dieron cuenta de que no hacía falta seguir debatiendo después de la comida y todos se sorprendían de ver a Rabí Yonatán sentado con tanta calma, sin impresionarse con el acto que probaba inequívocamente que el hombre puede cambiar la naturaleza.
Cuentan, que lo que hizo entonces Rabí Yonatán, cuando acabaron de comer y los camareros estaban parados y esperando para servir a los invitados, Rabí Yonatán sacó una caja de tabaco. Y cuando todos pensaban que iba a oler el tabaco, abrió la caja y de ella salieron varios ratones. Cuando los camareros vieron a los ratones salir de la caja y correr, se olvidaron inmediatamente de los invitados y empezaron a perseguir a los ratones, tal como dicta su naturaleza. Y entonces todo el mundo vio que Rabí Yonatán tenía razón.
Esto mismo también es cierto en nosotros. Cuando el cuerpo viene y empieza con su difamación, mostrando tangiblemente el sabor del amor propio, de inmediato abandona la Torá, el trabajo y al Creador, y corre para conseguir el amor propio, ahí donde el cuerpo le muestra que existen los placeres. Entonces se da cuenta de que no tiene fuerzas para abandonar el amor propio.
Resulta que aquí, en esta situación –cuando ve que ahora está inmerso en el amor propio debido a nuestra naturaleza– se considera que ha alcanzado cierto nivel en el trabajo. Esto significa que ha alcanzado el grado de la verdad, llamada «reconocimiento del mal». Ahora sabe que debe comenzar de nuevo su trabajo, pues hasta ese momento había estado recorriendo el camino y engañándose a sí mismo, pensando que estaba por encima de los demás; pero ahora puede ver su verdadera condición.
Por lo tanto, ahora tiene un lugar de carencia para poder orar al Creador desde lo profundo de su corazón, ya que ahora ve lo alejado que está del trabajo del otorgamiento y que no está en manos del hombre el poder salir, sino solamente el Creador puede ayudarle en eso. Este es el tercer nivel, el cual es más bajo que los dos niveles anteriores.
El cuarto nivel es el más bajo comparado con los tres primeros niveles. A veces el cuerpo viene hacia él con todos sus argumentos y él lo escucha, pero no contesta nada. Sin embargo, toma en serio sus argumentos e incluso ve natural el no poder realizar actos de otorgamiento. Y permanece dentro del amor propio tal como solía hacer, sin ningún entusiasmo. Se siente muy sereno con todo ello y se olvida del lugar y el estado que tenía hace un momento, antes de que el cuerpo llegara hasta él con sus preguntas, cuando pensaba que no era como el resto de la gente, cuyo trabajo está construido sobre el amor propio. Al contrario, siente que esta es la forma de trabajar, tal como lo hace todo el conjunto de trabajadores.
Resulta que de todas las preguntas que vinieron a él –las cuales han sido como un mensaje desde arriba para darle la oportunidad de subir de grado, ya sea como el primer discernimiento, similar al arrepentimiento desde el amor, o ya sea como el segundo discernimiento, que es similar al arrepentimiento desde el temor, o como el tercer discernimiento, que es tener un lugar de carencia, es decir, cuando aún había lugar para rezar al Creador– ya que ahora ve que es imposible que un hombre pueda ayudarse a sí mismo por sus propias fuerzas.
Entonces llega a un estado en el que cree y ve lo que dijeron nuestros sabios (Sucá, 52): «Rabí Shimón Ben Lakish dijo: “La tendencia (al mal) del hombre se sobrepone a él cada día y busca matarlo, tal como se dijo ‘El malvado vigila al justo y busca darle muerte’. De no haber sido por la ayuda del Creador, no lo habría vencido, como está escrito: ‘Dios no lo dejará en sus manos, ni lo condenará cuando sea juzgado’”».
Y él ve que el cuerpo realmente busca matarlo, es decir, que con sus argumentos quiere separarlo de la vida de las vidas. Ahora ve que no puede sobreponerse con sus fuerzas, sino que espera que el Creador lo ayude. Resulta que las preguntas que vinieron a él no fueron en vano. Más bien al contrario, le dieron lugar a una plegaria desde lo profundo de su corazón. Pero no es así en el cuarto nivel, cuando todo se lo toma con serenidad, es como si las preguntas hubieran llegado a él en vano, inútilmente.
No obstante, debemos saber que, para una persona que ha empezado a recorrer el camino del otorgamiento y la fe, nada es en vano. Sino, luego, tras unos días o unas horas, se recupera de la situación en la que se encontraba después de escuchar la difamación y ve algo nuevo: cómo una persona puede caer de un alto grado a otro grado que es de enorme bajeza comparado con su estado anterior. Y, aun así, no tener ninguna sensación. Más bien al contrario, siente como si nada hubiera sucedido y todo se lo ha tomado con mucha calma y serenidad, aceptando quedarse en su estado actual. Se encuentra tranquilo y en un estado de ánimo razonable, cuando anteriormente pensaba que, si no avanzaba en la espiritualidad, prefería morir antes que seguir con vida. Siempre estaba estremeciéndose y con agitación por cómo seguir avanzando. Y siempre miraba a las personas que están tranquilas cuando se dedican a la Torá y Mitzvot secamente, sin ningún pensamiento ni raciocinio, sino solo como una rutina que le enseñaron otros.
Pero ahora, no siente que deba recibir apoyo de nadie para sentirse que no es carente. Al contrario, lo más natural es que una persona quiera vivir en paz y no ir buscando faltas dentro de sí, sino juzgarse favorablemente en una escala de mérito. Es decir, que para todo aquello que le parece una falta, tiene de inmediato muchos pretextos. Pero sobre todo quiere vivir sin sufrimiento porque recuerda que antes, cuando pensaba en la espiritualidad, estaba lleno de sufrimientos y siempre lleno preocupaciones. Ahora, gracias a Dios, no se preocupa por la espiritualidad, sino que vive como todas las demás personas.
Pero más adelante, cuando le llega cierto despertar desde arriba, vuelve a preocuparse por la espiritualidad. Y entonces ve algo nuevo: el hombre no es dueño de sí mismo. Al contrario, está en una catapulta, que es lanzada a antojo desde arriba, y él está en manos de Arriba. Es decir, unas veces se le dan pensamientos para que prescinda de todos los asuntos corpóreos relacionados con el beneficio propio. Y otras veces se le lanza al mundo corpóreo, es decir, se olvida de todos los asuntos espirituales.
Resulta que incluso el cuarto nivel es un grado, pues con él se le da la oportunidad de aprender a ver la verdad, porque gracias a él puede llegar a adherirse al Creador cuando ve que depende de la mano del Creador. En ese momento se despierta para pedir ayuda al Creador para salir del amor propio y alcanzar el amor al Creador.
Sin embargo, este es un largo camino. El orden es como Baal HaSulam dijo, que el hombre debe decir: “Si yo no soy para mí, ¿quién es para mí?”. Que uno debe decir que todo depende del hombre, ya que se ha dado al hombre enteramente la elección y no debería esperar hasta que le llegue un despertar desde arriba.
Pero después del acto debe creer que todo es Providencia Privada, y el hombre no puede añadir nada a Su trabajo. Por el contrario, el hombre debe hacer tal como desean arriba y no tiene ninguna elección. Este camino es el más corto y el de mayor éxito, ya que uno se ahorra tiempo y sufrimiento ya que no sufre a causa de la prolongación del tiempo.
Resulta que nos encontramos con cuatro discernimientos cuando la persona empieza a recorrer el orden del trabajo de otorgamiento y fe:
1) Cuando el cuerpo le viene con sus argumentos difamatorios y los acepta con amor. Él dice: «Ahora tengo la oportunidad de guardar el precepto de la fe por encima de la razón, ya que de otro modo estaría trabajando solamente dentro de la razón». Esto guarda relación al arrepentimiento desde el amor, es decir, que ama este arrepentimiento.
2) Cuando el cuerpo le viene con sus reclamos difamatorios y, aunque se sobrepone a ellos, no le gusta este trabajo porque es una dura labor sobreponerse cuando escucha la difamación. Esto se asemeja al arrepentimiento desde el temor, cuando las malicias se le convierten como en errores, ya que sería más feliz si no se presentaran ante él.
3) Cuando el cuerpo le viene con sus reclamos de difamación y él se rinde a sus bajo sus argumentos sin fuerzas para sobreponerse. En ese momento se siente que está mal, porque antes pensaba que ya podía ser considerado como un siervo del Creador, pero ahora ve que no tiene nada. Y lo lamenta, pero no puede hacer para ayudarse a sí mismo. Resulta que está mal en esa situación en la que se encuentra.
4) Cuando el cuerpo le viene con sus reclamos de difamación, y se derrumba ante su carga, cumple con todo lo que le dice el cuerpo y se lo toma todo con calma. Enseguida se olvida de que una vez fue un siervo del Creador y se siente bien consigo mismo, como si nada hubiera sucedido. Es más, disfruta con su situación porque ahora ya no sufre por no estar pensando en el trabajo del Creador y desea continuar así, en este estado, toda su vida. A veces ni siquiera piensa en eso, es decir, no piensa en absoluto acerca del propósito de la vida, sino que sencillamente está bien tal como está.
Esos cuatro estados pueden compararse a los cuatro grados que dijeron nuestros sabios:
1) Un justo que está bien;
2) Un justo que está mal;
3) Un malvado que está mal;
4) Un malvado que está bien.
Aunque nuestros sabios se refieren a grados muy elevados, en lo referente a la correlación, es posible hacer una comparación.
Llamaremos al primer estado, que es semejante al arrepentimiento desde el amor: «un justo que está bien». Esto significa que no siente ningún mal porque las malicias se han vuelto para él como méritos.
Llamaremos al segundo estado, que es semejante al arrepentimiento desde el temor, «un justo que está mal», como El Zóhar interpreta más arriba: «Un justo que está mal: cuando el mal está bajo su autoridad». Es decir, él lo controla, pues se ha arrepentido de la difamación que ha escuchado de su cuerpo. Pero dado que las malicias no se han convertido en méritos, resulta que tiene malicias, pero son como errores porque el mal está bajo la autoridad del bien. Resulta que todavía tiene mal, pero este se encuentra bajo el control del bien.
El tercer estado es cuando se rinde ante el mal al escuchar las difamaciones del cuerpo. No tiene la fuerza para arrepentirse de la difamación y la acepta. Pero lamenta no ser capaz de sobreponerse. A esto podemos llamarlo «un malvado que está mal». Aunque él es un malvado, es decir, no se arrepiente, se siente incómodo con esta situación, lo cual se denomina que «está mal» por no tener la fuerza para sobreponerse.
El cuarto estado es cuando acepta la difamación tranquilamente y ni siquiera siente que haya escuchado la difamación. Podemos llamar a esto «un malvado que está bien». Es decir, aunque es malvado, está bien así y no siente que haya ninguna falta en él.