Rabí Yehudá Leib HaLevi Ashlag (Baal HaSulam)
La esencia de la religión y su propósito
Aquí deseo responder a tres preguntas:
1. ¿Cuál es la esencia de la religión?
2. Si su propósito, ¿fue destinado para este mundo o para el mundo por venir, específicamente?
3. Si su propósito es en beneficio del Creador o de las criaturas.
Y a primera vista, se sorprenderá todo lector de mis palabras, y no entenderá estas tres preguntas que me planteé como tema para este artículo.
1. Porque, ¿quién no sabe qué es la religión?
2. Y ciertamente, su recompensa y castigo que aguardan principalmente para el mundo por venir.
Ni que hablar de la tercera pregunta, porque todos saben que es en beneficio de las criaturas, para guiarlas al bien y a la felicidad. ¿Y qué más se puede agregar a esto?
¡Y en verdad no tengo nada más para agregar!
Pero el hecho de que estos tres conceptos son conocidos y están tan habituados a ellos desde la educación de su infancia, conociéndolos a la perfección hasta que no tienen nada para agregar o aclarar durante todas sus vidas, entonces, ¡esto indica la falta de conocimiento en estos asuntos sublimes!
Y necesariamente, ¡estos son los principios fundamentales de la base, sobre la cual está construido y apoyado todo el peso de la estructura de la religión!
Díganme entonces, ¿cómo es posible que un pequeño joven de doce o catorce años, ya tenga un lugar listo en su cerebro para sustentar adecuadamente y comprender estos tres conocimientos de tan fino escrutinio? Y ciertamente, de modo suficiente, ¿qué ya no necesitará agregar más nociones y conocimientos durante toda su vida?
¡Ciertamente aquí está enterrada la cuestión! Porque esta suposición apresurada trajo consigo todas las imprudencias y las conclusiones descabelladas, que han llenado el aire de nuestro mundo, en nuestra generación. Y ello nos ha conducido a una situación tal que la segunda generación, se nos ha escapado casi completamente de las manos.
«El bien absoluto»
Y para no cansar a los lectores con extensas argumentaciones, me he apoyado en todo lo que he escrito y aclarado en los artículos anteriores (La garantía mutua - Arvut) y principalmente, en todo lo aclarado en el artículo «La entrega de la Torá», pues todos ellos son como una introducción al tema sublime que tenemos ante nosotros. Y aquí hablaré de forma breve y completamente simple, para que sea comprensible para todos.
Y en principio hay que entender al Creador, que es «El bien absoluto». Es decir, que es totalmente imposible que cause cualquier tipo de pesar a ninguna persona, y esto lo entendemos como primer concepto. Porque el sentido común nos muestra, claramente, que la base de todos los que hacen maldades, está definida única y exclusivamente, en el «deseo de recibir».
Esto significa que, debido a que tiene ansias de recibir un beneficio para completarse, y este deseo lo halla en perjudicar a otros, por lo tanto, perjudicar a otros proviene del «deseo de recibir» su propia satisfacción. De modo que, si la criatura no encontrara ninguna satisfacción para sí misma, no habría ninguna criatura en el mundo que perjudicara a su prójimo.
Y si a veces encontramos alguna criatura que daña a su prójimo sin ningún «deseo de recibir» placer para sí misma, esto lo hace solo por una costumbre anterior que le llegó desde un principio, desde el «deseo de recibir», debido a que la costumbre ya la libera ahora de tener una nueva razón.
Dado que entendemos que el Creador es completo en Sí Mismo, y no necesita de nadie que lo ayude para completarlo, debido a que Él es anterior a todo, pues queda claro que Él no tiene ningún «deseo de recibir”. Y, puesto que no tiene ningún aspecto del «deseo de recibir”, entonces, de por sí no tiene ninguna base para perjudicar a nadie. Y esto es así de simple.
Y, no solo esto, sino que es simplemente aceptado y asentado en nuestros corazones, de forma completamente simple, como primer concepto, que Él tiene un «deseo de otorgar» el bien a su prójimo, es decir, a sus criaturas. Que eso nos prueba a través de toda la gran Creación que creó y dispuso ante nuestros ojos.
Pues, necesariamente existen aquí en nuestro mundo criaturas que sienten una de las dos sensaciones: o buenas, o malas. Y aquella sensación que ellas sienten, necesariamente que les es causada por el Creador. Y después que ya se sabe claramente que no existe el perjuicio en la ley del Creador, como fue aclarado, por lo tanto, todas las criaturas reciben de Él, necesariamente, solo cosas buenas. Dado que Él creó a las criaturas solamente para beneficiarlas.
De esta manera aprendemos que, Él tiene el «deseo de otorgar» el bien solamente. Y de ninguna manera podrá suceder bajo su ley, que se extienda cualquier daño y aflicción de Él.
Y por eso lo hemos definido como el «Bien Absoluto». Y después de saber esto, descenderemos y miraremos bien la verdadera realidad concreta, dirigida y supervisada por Él, ¿y cómo Él les otorga tan solo el bien?
Su providencia es una «supervisión con propósito»
Tenemos entendido de todos los sistemas de la naturaleza presentados ante nuestros ojos que, en cualquier criatura, ya sea pequeña, de los cuatro tipos: inanimado, vegetal, animado y hablante, tanto en general como en particular, encontramos en ellos una supervisión con propósito. Es decir, un crecimiento lento y gradual en una forma de desarrollo de «causa y efecto», como el fruto en el árbol, el cual es supervisado con un buen propósito a su final, el de ser un fruto bello y dulce para el paladar.
Ve y pregunta a un botánico, cuántos estados pasa este fruto desde el momento en que es visible a los ojos y hasta que llega a su propósito, el cual es el término de su madurez. Dado que todos los estados anteriores a su propósito no solo que no nos muestran ningún ejemplo adecuado a su dulce y bello propósito, sino que todavía, como para irritar, nos muestran lo opuesto de la forma final. De tal manera, en la medida que el fruto es más dulce al final, más amargo e inapropiado es, durante los estados previos a su desarrollo.
Lo mismo ocurre en la especie del animado y el hablante. Porque la bestia, cuyo intelecto es escaso al final de su crecimiento, no es tan deficiente en el transcurso de su desarrollo. Contrariamente al hombre, cuyo intelecto es de gran extensión al final de su crecimiento, pero muy deficiente en el transcurso de su desarrollo. Porque «Un ternero de un día de vida, se llama toro», es decir, que tiene la fuerza y la inteligencia que lo resguarda para pararse sobre sus patas y andar de aquí para allá, y cuidarse de cualquier daño que pueda encontrarse en su camino.
Lo cual no es así en el hombre de un día de vida, el cual está tendido como falto de sentidos. Y si alguien que no está acostumbrado a las vivencias de este mundo, observara estos dos recién nacidos, seguramente diría del hombre recién nacido que al final tampoco será adecuado para nada. Y de la bestia recién nacida diría, que aquí ha nacido un nuevo Napoleón. Es decir, si lo juzgara de acuerdo a la medida de inteligencia del ternero en comparación con la del hombre recién nacido, que es tonto y falto de todos los sentidos.
Salta a la vista, que la supervisión del Creador sobre la realidad que creó, no es otra que una forma de «Supervisión con propósito», sin tomar en cuenta el orden de las etapas de desarrollo, porque éstas nos engañan y nos impiden entender su propósito, estando siempre en un estado opuesto a su forma final.
Y es sobre estas cuestiones que decimos: «No hay sabio como el que tiene experiencia». Porque solo aquel que tiene experiencia, tiene la oportunidad de examinar a la criatura en todas sus fases de desarrollo, hasta que llega a su plenitud, y puede restablecer la calma y no asustarse en absoluto de esas imágenes de la corrupción que la criatura padece en las fases de su desarrollo, y solo creer en el final de su madurez que es bello y puro. El sentido de este orden gradual, obligatorio para todas las criaturas, es aclarado a fondo en la Sabiduría de la Cabalá y aquí no hay nada más para agregar.
De esta manera queda bien claro, que la conducta de Su providencia en nuestro mundo, la cual es solamente una supervisión con propósito, en la cual el atributo de benevolencia no se puede reconocer, en absoluto, antes de la llegada de la criatura a la instancia final de ella, al término de su forma y de su maduración.
Y, al contrario, siempre se envuelve bajo la forma de corrupciones a los ojos de los observadores.
De tal manera ven que el Creador siempre otorga a sus criaturas el bien absoluto, solamente, únicamente que ese bien está supervisado por Él con un propósito.
Dos caminos: el camino del sufrimiento y el camino de la Torá.
Así fue aclarado, que el Creador es el bien absoluto, y nos supervisa desde su atributo de completa benevolencia, sin ninguna mezcla de maldad. Por cierto, ¡es una supervisión con propósito! Esto significa que Su guía nos fuerza a pasar por una serie de diferentes estados en forma de causa y efecto, es decir, de precedente y resultado, hasta que estemos capacitados para recibir el bien deseado. Y entonces, llegaremos a nuestro propósito, como el bello fruto que llegó al término de su maduración.
Y con esto se entiende, que este propósito está absolutamente asegurado para todos nosotros. Porque si no, estarías dudando de Su Providencia, diciendo que no es suficiente para Su propósito. Y esto es lo que nuestros sabios dijeron: «La Shejiná (Divinidad) en los inferiores, es una necesidad Superior». Es decir, dado que Su supervisión tiene un propósito, que es, llevarnos finalmente hacia la adhesión con Él, para que more dentro nuestro, de ahí que se considera una necesidad Superior (o elevada). Es decir que, si no llegamos a esto, hallaremos deficiente a Su Providencia.
Esto es parecido a un gran rey que tuvo un hijo en su vejez, y era muy amado por él. Por eso, desde el día que nació solo pensó en cosas buenas para él. Fue y recolectó todos los libros más preciados, y a los hombres más sabios y excelsos del reino. Y preparó para él una escuela para la sabiduría. Y fue tras los más famosos constructores, y le construyó palacios de deleite. Congregó a todos los músicos y poetas, y le preparó salas de concierto. Y llamó a los mejores cocineros y pasteleros, para proveerle todas las delicias del mundo. He aquí, que el hijo creció, siendo un tonto que no tiene el deseo por la educación, y es ciego, que no puede ver ni sentir la belleza de los edificios, y es sordo y no puede oír la voz de los poetas ni los instrumentos musicales. Y es diabético y puede comer solo un trozo de pan. Y todo esto es absolutamente exasperante.
Sin embargo, este hecho puede sucederle a un rey de carne y sangre, pero esto es imposible de decir acerca del Creador, en donde no puede haber ninguna decepción. Por lo tanto, Él nos preparó dos caminos de desarrollo:
1. El primero es el camino del sufrimiento, que es el orden del desarrollo de la creación en sí misma, la cual está forzada, por su naturaleza, el ir recibiendo, en forma de causa y efecto y en diferentes estados, uno tras otro, que lentamente nos van desarrollando, hasta que llegamos a la consciencia general de elegir el bien y detestar el mal, y llegar a ser aptos para el propósito deseado por Él. Y este camino toma un largo tiempo y está lleno de sufrimientos y dolores.
2. Por eso, Él nos preparó un camino agradable y bueno, el cual es el camino de la Torá y la Mitzvá, el cual puede capacitarnos para nuestro propósito en corto tiempo y sin sufrimientos.
De esto resulta, que nuestra meta final es capacitarnos para la adhesión con Él, para que more dentro de nosotros.
Esta meta es certera y no hay forma de desviarse de ella, porque Su supervisión es más fuerte que nosotros, y nos conduce en ambos modos de providencia, los cuales son «el camino del sufrimiento» y el «camino de la Torá».
Pero, viendo la realidad práctica, encontramos que Su supervisión llega a nosotros con ambos caminos, simultáneamente, a los cuales nuestros sabios se refieren, como «el camino de la tierra y el camino de la Torá».
La esencia de la religión es desarrollar en nosotros el sentido del reconocimiento del mal.
Nuestros sabios dicen: «¿Qué le importa al Creador si el matarife mata por la garganta o por la nuca? Después de todo, las Mitzvot fueron dadas con el solo propósito de purificar con ellas a las criaturas» (Bereshit Rabá, 44a). Esta purificación fue ampliamente clarificada en el artículo «La entrega de la Torá», pero aquí voy a aclarar, cuál es la esencia de este desarrollo, que se alcanza a través de observar la Torá y las Mitzvot.
Debes saber, que es el reconocimiento del mal que se encuentra en su interior. Debido a que, la ocupación en estas Mitzvot es capaz de purificar a aquellos que se involucran en ellas, en una purificación gradual y lenta. Ya que la escala por la cual medimos los grados de purificación, es la medida del reconocimiento del mal que se encuentra en su interior.
Porque el hombre ya se encuentra listo, por su naturaleza, para rechazar y erradicar cualquier mal de su interior. Y esto se encuentra en igual medida en todas las personas. Pero la diferencia entre una persona y otra, está solamente en el reconocimiento del mal:
1. Una persona más desarrollada reconoce en sí misma una mayor medida de maldad, por lo tanto, separa y rechaza el mal de su interior, en mayor medida.
2. Una persona no desarrollada, siente en sí misma una pequeña medida de maldad, y por lo tanto, rechazará de sí misma solo una pequeña medida del mal, por eso deja dentro de sí misma toda su impureza, porque no podrá reconocerla como tal.
Y para no cansar al lector, aclararemos el significado del bien y del mal, en general, como fueron aclarados en el artículo «La entrega de la Torá» Punto 12. Todo el mal, en general, no es más que el amor propio, llamado «egoísmo», siendo una forma opuesta al Creador, que no tiene ningún deseo de recibir para Sí Mismo en absoluto, sino solo otorgar.
Y como fue aclarado en el artículo «La entrega de la Torá» Punto 9 y 11, que:
1. El asunto del placer y el deleite, que toda su esencia es en la medida de igualdad de forma con su Hacedor.
2. El asunto del sufrimiento y la intolerancia, que toda su esencia es en la medida de la disparidad de forma con su Hacedor.
Consecuentemente, detestamos el egoísmo y nos causa un dolor absoluto, por ser opuesto en su forma con el Hacedor. Pero este aborrecimiento no es igual en cada alma, sino que se reparte entre nosotros en diversas medidas.
Porque la persona salvaje y no desarrollada para nada, no reconoce al egoísmo como un mal atributo en absoluto y, por lo tanto, lo usa abiertamente sin ninguna vergüenza y sin ningún límite. Roba y asesina frente a todos, donde le sea posible.
Y la persona que es un poco más desarrollada, ya siente en cierta medida que su egoísmo es malo, y está al menos avergonzada de usarlo en público, es decir, robar y asesinar almas, donde todos lo puedan ver. Y a escondidas sigue cometiendo todos sus crímenes, pero se cuida de que nadie lo vea.
Y el que es más desarrollado de aquel, siente a su egoísmo como algo realmente aborrecible, hasta el punto, que no puede tolerarlo más dentro de sí, y lo rechaza y se aparta de él completamente, de acuerdo a la medida que lo reconoce, hasta que no quiere ni puede disfrutar del esfuerzo de otros. Y entonces, comienzan a despertar en su interior, chispas de amor al prójimo, llamado «altruismo», que es el atributo del bien general.
Y esto también se enciende en él gradualmente. Es decir, primero comienza a desarrollarse el sentido del amor y el otorgamiento para las necesidades de sus cercanos y su familia, como está escrito: «No ignores a tu propia carne». Y cuando se desarrolla más, se expande en él la medida de otorgamiento a todo a su alrededor, que son los habitantes de su ciudad o de su nación. Y así va añadiendo, hasta que se desarrolla en él amor al prójimo por toda la humanidad.
Desarrollo consciente y desarrollo inconsciente
Debes saber, que hay dos fuerzas que sirven para empujarnos a ascender y escalar por los peldaños de la escalera mencionada, hasta que alcancemos su cima en el cielo, la cual es el punto final de la equivalencia de nuestra forma con el Hacedor.
Y la diferencia entre estas dos fuerzas es que:
La primera, que nos empuja «sin nuestra conciencia», es decir, sin nuestra elección. Esta fuerza nos empuja por detrás. Esto se llama «la fuerza que empuja algo desde atrás» a la cual hemos definido como «el camino del sufrimiento» o «el camino de la Tierra».
Y de este camino nos llegó la filosofía de la moral llamada «Ética», la cual está basada en un conocimiento a partir de la experiencia, es decir, a partir de la crítica del conocimiento práctico. La esencia de esa doctrina es solamente un resumen de los daños visibles que resultan de las semillas del egoísmo. Todas estas experiencias vienen a nosotros por casualidad, quiere decir, no como resultado de «nuestra conciencia» y nuestra elección. A pesar que de seguro nos llevarán hacia su propósito, ya que la imagen del mal va aclarándose en nuestros sentidos. Y en la medida en la que reconocemos sus daños, en ese mismo grado nos apartamos de él. Y ascendemos, consecuentemente, a un peldaño más elevado en la escalera.
La segunda fuerza nos empuja «conscientemente», es decir, por nuestra propia elección. Esta fuerza está frente a nosotros y nos atrae, y se llama la fuerza que tracciona algo hacia adelante. Lo hemos definido con el nombre «el camino de la Torá y las Mitzvot». Ya que, a través de la observación de las Mitzvot y el trabajo con el propósito de dar contento a nuestro Hacedor, se desarrolla en nosotros, con una rapidez asombrosa, ese sentido del reconocimiento del mal, como fue aclarado en el artículo «La entrega de la Torá» Punto 13.
Y nos beneficiamos doblemente:
1. Que no tenemos que esperar a las experiencias de la vida que nos empujen por detrás, ya que la magnitud de su empuje, se mide solo de acuerdo a la medida de dolores y destrucciones, que nos suceden por el mal que está en nuestro interior.
Pero en el camino del trabajo para el Creador, se desarrolla en nosotros esa conciencia, sin previos sufrimientos ni destrucciones. Por el contrario, a partir de que sentimos agrado y deleite cuando trabajamos en pureza para el Creador, para darle contento a Él, se desarrolla dentro nuestro, una concordancia relativa, para reconocer la bajeza de esas chispas del amor propio, dado que nos perturban en nuestro camino, para recibir ese sabor exquisito del otorgamiento hacia el Creador.
De modo que, el sentido gradual del reconocimiento del mal, se va desarrollando en nosotros a través de períodos de placer y gran tranquilidad. Es decir, a través de la recepción del bien durante los períodos del trabajo para el Creador, a través de sentir el agrado y el deleite que nos llega por la equivalencia de forma con el Hacedor.
2. Nosotros ahorramos tiempo. Dado que funciona de forma consciente (por nuestra propia voluntad), entonces podemos incrementar nuestro trabajo y acelerar el tiempo tanto como lo deseemos.
La religión no es para el beneficio de las criaturas, sino que para el beneficio del trabajador.
Muchos se equivocan y comparan a nuestra sagrada Torá con la doctrina de la ética. Pero esto les pasó porque nunca han probado en sus vidas el sabor de la religión. Y para ellos invoco el versículo: «Prueben y vean que el Señor es bueno».
Y es cierto que ambas, la religión y la ética, apuntan a lo mismo, que es elevar al hombre de la suciedad del estrecho amor propio, y llevarlo a la elevada cima del amor por su prójimo.
Pero, aun así, están alejadas una de la otra, como la distancia entre el pensamiento del Creador y el pensamiento de las criaturas. Dado que, la religión se extiende desde los pensamientos del Creador y la doctrina de la ética viene de los pensamientos de carne y sangre y de las experiencias de sus vidas. Y, por lo tanto, la diferencia entre ellas es visible y sobresale, tanto en la forma práctica, en todos sus puntos, como en su meta final:
1. Porque el reconocimiento del bien y del mal que se desarrolla en nosotros a través del empleo de la doctrina de la ética, es relativo al éxito de la sociedad. Como es sabido.
2. Con la religión, sin embargo, el reconocimiento del bien y del mal que se desarrolla en nosotros con su uso, es relativo solamente al Creador. Es decir, desde la disparidad de forma con el Hacedor, hasta la equivalencia de forma con Él, la cual se llama «Dvekut (adhesión)». Como fue explicado en el artículo «La entrega de la Torá», puntos 9, 10 y 11. Léelo atentamente.
Así, también, están completamente distanciadas la una de la otra con respecto al propósito:
1. Porque el propósito de la doctrina de la ética es la felicidad de la sociedad, desde la perspectiva de la crítica de la razón práctica, tomada de las experiencias de la vida, y que finalmente este propósito no les garantiza a sus practicantes, ninguna elevación por encima del marco de la naturaleza. Y, por lo tanto, este propósito sigue estando sujeto a la crítica, porque, ¿quién puede probarle al individuo, la magnitud del beneficio de tal camino, en una forma tan absoluta, que se vea obligado por ello, a restar importancia a su propio ser, en un cierto grado, a favor de la felicidad de la sociedad?
2. Por el contrario, el propósito religioso garantiza la felicidad del individuo que la practica. Pues ya hemos probado que, cuando el hombre llega a amar a su prójimo, se encuentra directamente en adhesión, que es la equivalencia de forma con su Hacedor, y junto con ella el hombre pasa de su estrecho mundo, lleno de impedimentos y dolor, hacia un mundo eterno y amplio, de otorgamiento al Creador y a las criaturas.
También encontrarás una significante diferencia, que claramente sobresale, con respecto al apoyo:
1. Porque la práctica, según el método de la doctrina de la ética, se apoya sobre la base de caer en gracia ante los ojos de la gente, lo cual es parecido al pago de un alquiler, que resulta rentable al final. Y cuando el hombre se acostumbra a este trabajo, no podrá ascender en los grados de la ética, porque ya estará acostumbrado a hacer este trabajo, que está bien remunerado por el entorno, que le paga a cambio de sus buenos actos.
2. Por el contrario, al observar la Torá y las Mitzvot con el fin de dar contento a su Hacedor, sin recibir ningún premio, va ascendiendo por los peldaños de la ética, precisamente en la medida de su dedicación, puesto que no hay pago alguno en su camino. Y centavo a centavo se va acumulando a una gran suma. Hasta que adquiere una segunda naturaleza, la cual es el otorgamiento al prójimo, sin despertar nada de recepción para sí mismo, salvo de lo necesario para su existencia. Resulta que se libera de verdad de todos los encarcelamientos de la creación.
Porque en el momento en que el hombre detesta toda recepción para sí mismo, y su alma ya no quiere ninguno de los lujos de los pequeños placeres del cuerpo y del honor etc., se encuentra paseando libremente en el mundo del Creador. Y está asegurado de que nunca le ocurrirá ningún daño o desgracia, ya que todos los perjuicios son sentidos por el hombre y le llegan a él sólo por la recepción para sí mismo, que está impresa en él. Y compréndelo bien.
De esta manera, hemos aclarado debidamente, que el propósito de la religión está completamente a disposición, solamente, para el individuo que trabaja y se dedica a ella. Y de ningún modo, para servir y beneficiar a las criaturas, aunque todas sus acciones giran alrededor del beneficio de las criaturas y están medidas por estos actos. Esto es solamente un pasaje al sublime propósito el cual es la equivalencia con el Hacedor.
Y con esto, también queda claro que el propósito de la religión se cobra mientras vivimos en este mundo. Y examina con atención el artículo «La entrega de la Torá» Punto 6, la cuestión sobre el propósito del conjunto y del individuo.
El asunto de la recompensa en el mundo por venir es un asunto diferente y lo explicaré en un artículo especial para ello, con la ayuda de Dios.